CARTA A EDER SOBRE LA EDUCACIÓN ESTÉTICA Y EL ARTE CONTEMPORÁNEO
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Te pondré como ejemplo dos lecturas que encontré en Jameson acerca de dos obras pictóricas. En primera instancia está Van Gogh y sus zapatos de campesino, después se referirá a Wharhol con los zapatos de polvo de diamante. La primera incluye dos visiones sobre la misma obra, la segunda hay que tomarla en cuenta como contemporánea, pues así la enuncia Jameson.

Acerca de la obra de Van Gogh:

Quisiera proponer dos lecturas de este cuadro que, en cierto sentido, reconstruyen la recepción de la obra en un proceso de dos fases o de dos niveles. […] Sugiero en primer lugar que esta imagen tan reproducida, si no quiere caer en un nivel meramente decorativo, nos exige que re­construyamos alguna situación inicial de la que surge esta obra. A menos que esa situación —esfumada en el pasado— se restaure men­talmente, el cuadro será un objeto inerte, un producto final reifica-do imposible de considerar como un acto simbólico por derecho propio, como praxis y como producción. 

 

Este último término insinúa que un modo de reconstruir la situación inicial a la que, en cierto modo, la obra responde, consis­te en destacar las materias primas, el contenido inicial al que se enfrenta y que reelabora, al que transforma y del que se apropia. En el caso de Van Gogh, como veremos, este contenido, estas materias primas iniciales, deben entenderse simplemente como el mundo instrumental de la miseria agrícola, de la descarnada pobre­za rural. Es el rudimentario mundo humano de las agotadoras fae­nas agrícolas, un mundo reducido a su estado más brutal y frágil, más primitivo y marginal.

 

Los árboles frutales de este mundo son estacas arcaicas y ex­haustas que nacen de un suelo indigente; los aldeanos, consumidos hasta el punto de que sus rostros son calaveras, parecen caricaturas de una grotesca tipología de rasgos humanos básicos. Entonces, ¿por qué los manzanos estallan en la obra de Van Gogh en deslum­brantes superficies cromáticas, a la vez que sus estereotipos de al­deas se recubren súbitamente de estridentes matices rojos y verdes? En pocas palabras, y según esta primera opción interpretativa, diría que la transformación violenta y provocada del opaco mundo obje­tivo campesino en la gloriosa materialización del color puro del óleo ha de entenderse como un gesto utópico, un acto de compen­sación que produce todo un nuevo ámbito utópico de los sentidos, o al menos de ese sentido supremo de la visión, lo visual, el ojo.