LA ORALIDAD Y LA LITERATURA, O LO QUE ES LO MISMO, LA COMUNICACIÓN Y LA EXPRESIÓN Y SUS PRESENCIAS E
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francisco garzon cespedes.jpgLA ORALIDAD Y LA LITERATURA, O LO QUE ES LO MISMO,
LA COMUNICACIÓN Y LA EXPRESIÓN Y SUS PRESENCIAS
EN LA FAMILIA Y EN EL AULA(1)
 
Por: Francisco Garzón Céspedes*
 
¿Cómo alcanzar un desarrollo eficaz y eficiente de la comunicación?

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Si circunscribo el intentar una aproximación a responder esta pregunta del Encuentro, una pregunta que sólo podría ser respondida muy en extenso; si sólo desde lo que yo he venido trabajando, circunscribo una respuesta, una parcial, a la esfera de la formación de la niña y del niño dentro de universos de comunicación (y por tanto también de expresión); si mi intento de responder lo circunscribo a la esfera de la formación contemporánea de la niñez dentro de universos de genuina interacción y plenitudes, entonces selecciono centrarme en exclusiva, para esta ocasión y tiempo posible de exposición, a lo que corresponde a la oralidad y a la literatura.

 

Proponer y posibilitar una mayor presencia de la oralidad y la literatura en la vida familiar y en las escuelas, y en otros ámbitos colectivos de nuestras sociedades relacionados con la infancia, significa potenciar la comunicación y la expresión, dos de los máximos caudales de  los seres humanos.

 

Significa incrementar en la familia y en el aula la presencia de dos de las primeras acumulaciones de sabiduría. Y, a la vez, hacerlo desde los dos principales instrumentos para la formación y el progreso, para el mejoramiento y la plenitud humana: la oralidad y la escritura (que conlleva siempre la lectura).

 

Hace ya muchos años, desde principios de los noventa (quizás lo supe desde antes), concluí y dejé constancia oral y escrita de que la oralidad es el camino natural a la lectura, afirmación que es Lema de este Encuentro.

 

Una anticipación mía, este concepto, en cuanto a todo lo mucho que se ha afirmado en años recientes y en nuestros terrenos al respecto.

 

Ya desde antes, intuitivamente, venía yo afirmando algo que los estudios científicos terminaron por avalar desde las universidades en los años noventa, y es que la madre debe conversar y contar amorosamente a la criatura desde que está gestándose en el vientre (la madre, que es la única que la criatura en formación puede escuchar por medio del cordón umbilical), y que el entorno familiar (madre, padre, abuelas y abuelos…) debe conversar y contar oralmente a la niña o al niño desde que estos nacen y, mucho, en su primer año de vida; y que este hacer será decisivo para todo su desarrollo.

 

Tanto lo afirmé que terminé escribiendo a fines de los ochenta y publicando a principios de los noventa el texto narrativo “El hijo de la cuentera”, donde el niño, después de que le han conversado y contado oralmente desde que estaba en el vientre, lo primero que dice al hablar es…

 

Mejor compartamos esta narración:

 

EL HIJO DE LA CUENTERA

 

La cuentera tuvo un hijo. Un momento antes de engendrarlo soñó que despertaba al ser besada por un príncipe. En verdad, el otro necesario para engendrar había sido elegido en amor. Era un mago. No cualquier príncipe, el de la ilusión. En el instante mismo en que el cuerpo de la cuentera se unió a ese otro cuerpo, como si tocados por una varita mágica pudieran fundirse en uno, ella pensó en la mujer verde y en el hombre violeta del cuento tantas veces contado: aquel dragón violeta dejándose ir en aquella cascada de peces verdes. Cuando el hijo nació, era tan pequeño que la cuentera recordó a Pulgarcito, e instintivamente le revisó los pies en busca de las botas de siete leguas. Sintió miedo de los gigantescos ogros que su hijo encontraría a lo largo de la vida. Luego sonrió, porque se dijo, ah, se dijo como Meñique, que “el saber vale más que la fuerza” y ya ella se preocuparía de ese saber. Que si cuentos, que si refranes, que si trabalenguas, que si adivinanzas. Decidió comenzar a enseñarle sin esperar más. Ya al crecer le tocaría al padre, que le enseñaría a reaparecer intacto después de cada ilusión. Ahora era el turno de la cuentera. El turno de los dioses humanos. Y cada día ella contaba a su hijo, aunque todos a su alrededor exclamaban que aún no podía entenderla. Pasados unos meses, cuando su hijo empezó a hablar, las primeras palabras no fueron: “hambre” o “sed” tampoco precisamente “madre” o “padre”, aunque de algún modo esto fue dicho cuando la frase mágica ale­teó en los labios y el hijo de la cuentera balbuceó: “Había una vez...”.

 

Venía afirmando también, desde décadas atrás, que este conversar y contar desde la oralidad debe ser intensificado gradualmente en toda la etapa anterior a que la niña o el niño accede a la escritura y a la lectura; intensificarse enfatizando su práctica misma, cada vez más, el que debe tratarse de comunicación entre dos interlocutores (única comunicación posible puesto que la comunicación es siempre humana y siempre compartiendo “el aquí” y “el ahora” de un proceso abierto de interacción); enfatizando que se conversa y se cuenta oralmente “con” el otro u otros, y no “para” el otro u otros.

 

Me llevó muchos años formular de forma teórica que contar es contar con el otro y no para el otro, y esto influyó de modo poderoso en la transformación de la historia de la oralidad artística, pero pude formularlo porque en la práctica de quienes han conversado y contado oralmente con sensibilidad y saberes; de quienes, con compromiso y pasión, han conversado y contado oralmente con capacidad de percepción y de análisis, con respeto y con solidaridad, entre más positivo; en la práctica de quienes han conversado y contado oralmente con eficacia, madres, padres, abuelas, abuelos, maestras, maestros, entre muchos otros, ello ha sido siempre así: el otro ha importado y ha sido tomado en cuenta.

 

 

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