REFLEXIONES SOBRE EDUCACIÓN Y ESCUELA
Por: Luis G. Benavides Ilizaliturri[1]
Por tratarse de un tema que es de gran interés para la acción educativa moderna, he encontrado una cierta dificultad para elegir el camino de esta exposición:
· La primera dificultad se presenta por el cúmulo de experiencias que vienen a mi mente con la evocación del concepto educación y la brevedad del tiempo para expresar el meollo de esas vivencias.
· La segunda se refiere a que el término educación permanente que se encuentra ya en toda la literatura moderna, aunque a veces confundida con la llamada educación continua, cuya repercusión en el tema de los espacios educativos plantea nuevos interrogantes.
· Otra dificultad surge de la relación de este tema con la Reforma Educativa que se está llevando a cabo en este país y las consecuencias de ciertas decisiones ya asumidas en torno a la prolongación de los horarios escolares y los nuevos requerimientos que conlleva para los espacios educativos.
· Y, para no ser prolijo, menciono una última dificultad; se me ha invitado a hacer una exposición... Con la edad, cada vez creo menos en la eficacia de la palabra (de mi palabra), particularmente si lanzada en reuniones en los que se manejan tantos conceptos en muchos casos con singular maestría como un torrente que difícilmente encuentra espacio de acomodo en nuestras mentes.
Pese a mi natural escepticismo en la fuerza transformadora del hablar, heme aquí dispuesto a reflexionar en voz alta, desde los enredos metafísicos, sobre este tan modoso tema de la educación permanente y los espacios educativos.
Tres son los tópicos de reflexión que propondré ante ustedes:
Ø La educación como proceso humanizador;
Ø La transformación actual del saber humano;
Ø Una experiencia vinculada a un modelo educativo.
1. La educación como proceso humanizador
El nacimiento de cualquier ser humano es siempre una denuncia y un anuncio: Una denuncia porque nos advierte que viene al mundo desvalido, dependiente, marcado por leyes genéticas, necesitado de amor y cuidado, frágil, ignorante, desnudo, proclive a la enfermedad y a la muerte. Pero es a la vez un anuncio, pues está lleno de ocultas posibilidades, de cargas genéticas positivas, de ansias de vida, de un universo abierto hacia el futuro: se trata de que uno nace con la posibilidad real de hacerse humano.
En su llegada se enfrenta con un mundo ya construido que lo determina: con una familia, un círculo de amigos, un pueblo, una lengua, una cultura (manera de hacer e interpretar las cosas)... y un nombre que se le imponen.
En ese contexto comienza a aprehender el mundo y a ser marcado por ese mundo. Es este el proceso que tradicionalmente hemos denominado educación.
1.1 Paideia
Ya desde los griegos, la paideia (recordemos a Protágoras y a Platón) reconocía que «el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, y de las que no son, en cuanto que no son » y que por lo mismo era necesaria la reflexión sobre y a partir del ser humano para reconocer que, para la vida social, resulta indispensable aprovechar la posibilidad de la educación, como aprendizaje de la virtud para regular las relaciones con la colectividad (la polis).
Santo Tomás de Aquino, siguiendo esta visión, afirma que el proceso educativo es la promoción del hombre al estado perfecto del ser humano en cuanto ser humano, que es el estado de la virtud . Así entendida, la educación pretende que el ser humano sea auténtico, es decir, que posea un ethos que lo humaniza y hace de lo humano una virtud, hace al ser humano virtuoso.
No cabe duda de que alcanzar esta meta sólo es posible mediante procesos educativos coherentes, porque la educación no es sino un compromiso ético cuyo fin es la realización del ser humano en cuanto tal.
1.2 Ser humano = ser siempre en construcción
Una primera reflexión que surge de este planteamiento tomista: la educación es ante todo un proceso siempre inacabado por conseguir valores morales y sociales que se manifiesten en desempeños cotidianos. Este proceso es un compromiso personal que se denomina hoy EDUCACIÓN PERMANENTE. Para que este proceso se pueda dar es preciso realizar aprendizajes que conduzcan a una relación armoniosa con el medio vital, con los otros y consigo mismo; relación siempre en construcción y nunca definitiva, por ello, debe ser permanente.
Hasta aquí, creo que no habría mayor discusión. Estoy, y creo que coincidiremos todos, en que educarse es humanizarse. El problema resulta y así ha sido a lo largo de la historia cuando pretendemos definir qué significa ello. En efecto, del concepto que tenemos de lo que significa ser humano, se desprenden una multitud de elementos que condicionan nuestra manera de interpretar el mundo, y de actuar con él, para él y sobre él (el mundo, nuestro mundo), y por tanto de ese concepto dependerá lo que entendamos por educación.
Tradicionalmente (desde Aristóteles, por lo menos) el concepto de ser humano que ha privado en occidente es hilemorfista, sustentado en una visión descriptiva y taxonómica del mundo: materia y forma; cuerpo y alma; ser material y espiritual. En síntesis, en la definición de que el hombre es un animal racional o, como lo definió platón: zwon politikon, animal político. Con el correr del tiempo, el hilemorfismo pasó de ser una descripción unificadora a una descripción de dos componentes en los que uno priva sobre el otro.
1.3 ¿Animal racional?
Según este concepto así deformado, los procesos educativos son dobles. Por una parte se debe educar lo animal, mediante los métodos tradicionales de la domesticación: repetición de ejercicios para crear respuestas condicionadas y la aplicación del estímulo premio-castigo.
Por la otra, es preciso educar lo racional. Aunque esto aparece más complicado, la historia de la pedagogía se ha encargado de desarrollar adecuados procedimientos didácticos.