24 de abril de 2022
El mundo iluminado
¿De dónde nos viene nuestra idea del amor? Es difícil saberlo, quizás, imposible. Nuestra idea del amor, casi siempre, es una que tiene que ver con la perpetuidad (los más arriesgados se atreven a invocar a la eternidad), con la fidelidad e, incluso, con la monogamia, sin embargo, una cosa es nuestra idea del amor y otra muy distinta la práctica del amor. El ritual marital del catolicismo hace resonar, incluso en los solitarios, aquello de «hasta que la muerte los separe», dando a entender que con la muerte del cuerpo llega también la del amor, ¿así es? Pero también existen aquellas almas rebeldes, como la del poeta Francisco de Quevedo, que están convencidas de que el amor es constante y va más allá de la muerte. La regla católica reza: «porque polvo eres, en polvo te convertirás», pero el poeta Quevedo se sale de la línea y propone «serán ceniza, más tendrán sentido; polvo serán, más polvo enamorado» ¿Tiene el amor fin? ¿Puede ser eterno?
Todos nos enamoramos, aunque sea a la distancia y sin que el otro lo sepa, como le sucedió al poeta Dante cuando un día vio a la joven Beatriz, se enamoró de ella cuando él era un niño de nueve años y por ella y para ella escribió su “Divina comedia”, sin embargo, Beatriz nunca se enteró del amor que el poeta le ofrendaba. Este amor a la distancia tiene un nombre específico, se llama ‘amor platónico’ y la causa de esto es que el filósofo Platón (porque no sólo los poetas se enamoran) dice que es posible enamorarse sólo con la vista. Innegablemente, la idea del amor platónico hoy en día está más que alterada, sin embargo, algo mantiene de su esencia y es la posibilidad de enamorarse a la distancia, pero, también, de enamorarse de muchas personas a la vez; sí, el amor platónico, en una de sus facetas, es poligámico.
La doble visión del amor, es decir, la posibilidad de que éste termine con la muerte del cuerpo o que se extienda hasta ultratumba, la explica Platón a detalle. Por un lado, nos dice el filósofo, hay un amor cuya manifestación es principalmente física, sexual y emotiva, este amor es el que le corresponde a la diosa Afrodita Pandemos, diosa cuyo nombre significa ‘espuma’ en clara alusión a que este tipo de amores son tan intensos como pasajeros; por otro lado, Platón menciona a la diosa Afrodita Urania, representante del amor eterno, cuyo centro no está en el placer sexual, sino en su espiritualidad. Digamos, además, que ‘Pandemos’ significa ‘de todo el pueblo’, mientras que ‘Urania’ quiere decir ‘del cielo’; ¿cómo es el amor que practicamos?
El poema “Los amorosos”, de Jaime Sabines, es con seguridad uno de los poemas amorosos y en español más recitados y dedicados. Son incontables las parejas que se lo han cantado al oído al tiempo que se juran una fidelidad como la de Quevedo, o al menos como la del catolicismo, sin embargo, lejos de lo que el título puede hacernos pensar, “Los amorosos” no es un poema de fidelidad y de certezas, sino de celos, de riesgos y de tormentos. Los amorosos, tal y como Sabines los presenta, son un vivo retrato de la Afrodita Pandemos y no tanto de su opuesta Urania, pues estos amantes del poema, más que preferir un sólo cuerpo, los prefieren a todos; leamos con detenimiento unos versos, a fin de que logremos captar lo anterior:
Los amorosos callan… son los que abandonan, son los que cambian, los que olvidan. Su corazón les dice que nunca han de encontrar, no encuentran, buscan. Los amorosos andan como locos porque están solos, solos, solos, entregándose, dándose a cada rato, llorando porque no salvan al amor. Los amorosos… Siempre se están yendo, siempre, hacia alguna parte. Saben que nunca han de encontrar. El amor es la prórroga perpetua… Los amorosos son los insaciables, los que siempre han de estar solos. Tienen serpientes en lugar de brazos… En la oscuridad abren los ojos y les cae en ellos el espanto. Encuentran alacranes bajo la sábana… Se ríen de las gentes que lo saben todo, de las que aman a perpetuidad… juegan a coger el agua, a tatuar el humo, a no irse. Juegan el largo, el triste juego del amor. Los amorosos se ponen a cantar entre labios una canción no aprendida, y se van llorando, llorando, la hermosa vida.
Los amorosos, podemos decir entonces, son los que nos endulzan el oído para luego marcharse, los que nos abrazan con sus vípedos miembros envenenándonos el corazón, son los que sueñan con alacranes porque a pesar de que no aman, sienten celos debido al deseo que tienen de ser admirados. Sin embargo, no nos olvidemos de algo fundamental, el amor es un juego de dos, sino es que de tres o más, por lo que tan pronto como unos nos endulzan el oído, nosotros procedemos a actuar de la misma manera, dejando miel por todos lados a fin de que alguien quede atrapado entre tanto dulce que pronto se tornará en amargura. Los amorosos somos todos, al menos en algún momento, y más que víctimas, somos todos victimarios.
Lejos del amor de Sabines, que es el de Afrodita Pandemos, está el amor de Pablo de Tarso, que es el de Afodita Urania, es decir, un amor espiritual. En una de sus cartas, Pablo dice: «El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta…» En pocas palabras, quien carece de amor, no posee nada.
Luego de esta revisión del amor, seguramente nos sentiremos convencidos de que nosotros somos la representación del amor paulino y que quienes nos hicieron daño son la viva imagen de los amorosos de Sabines, pero lo cierto es que todos, en el amor, hemos sufrido tanto como hemos lastimado. Octavio Paz dijo que el amor es una lucha por la libertad, no la propia, sino la del otro, sin embargo, esta lucha no es fácil de realizar cuando somos individuos con una severa discapacidad emocional y espiritual. Que el amor termine en esta vida o vaya más allá de la muerte poco importa, como tampoco si nuestra devoción es para Pandemos o Urania. Lo crucial es dejar de soñar con alacranes egoístas a fin de ser dignos de una canción no aprendida.