20 de agosto de 2021
Midas
I
Dionisio lo premió con un deseo
por su hospitalidad. Él pidió oro.
No escuchó hablar de Ícaro o del toro
con cuerpo de hombre que mató Teseo.
Quiso volver dorado el Mar Egeo
—La historia no lo cuenta pero un coro
de borrachos se la ha enseñado a un loro
que la repite por Montevideo.
pero se volvió viejo en el intento,
atorando palomas con miguitas
de diez quilates en alguna plaza.
Perdido todo: la mujer, la casa
sentado silba a puro descontento
haciendo de las lágrimas pepitas.
II
Mi mujer, la sirvienta, dos vecinas,
la heladera, el portón, y los espejos,
El parral, el jarrón, los diarios viejos,
el rosal, el malvón, las cinacinas.
Las latas de ananá, las de sardinas,
los anteojos y los catalejos.
El balcón, el parqué, los azulejos,
y un blíster olvidado de aspirinas.
Todo se vuelve barro con el tacto.
El método es de Apolo. Lo delata
su venganza anterior, más redituable.
Dejo el fangal oscuro, irrespirable,
y me baño en el Río de la Plata,
volviéndolo marrón con el contacto.
MVDEO
Montevideo es esa puta triste
a la que vuelvo siempre. Sometido
a oscuros cafetines donde insiste
en darme lo ganado por perdido.
Un cielo de fregón descolorido
nubla los ojos del que la desviste,
y andando sin andar, el recorrido
se vuelve circular. Cuando le asiste
la mañana de enero lo olvidamos.
Paseamos la pobreza en manga corta
rodeados de jazmines y glicinias.
Y en marzo, una vez más, por las esquinas,
el sueño tropical se nos acorta,
volviendo al viejo carro que arrastramos.