COMPETITIVIDAD EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR TECNOLÓGICA
Por: Raúl García Tlapaya*
Cuando se habla de competitividad, lo primero que nos viene a la mente son robots, rayos láser, computadoras entre otros. Muchas veces confundimos competitividad con productividad y por eso la identificamos con el lado duro de la producción industrial; sin embargo, la competitividad es mucho más que eso y tiene sus orígenes en los aspectos blandos ligados a los individuos, a las empresas y a los mismos países.
El único camino que puede seguir un país para lograr alcanzar su verdadero desarrollo es la competitividad. Los países no son competitivos por sí mismos, sino que dependen de la competitividad de sus habitantes y de las instituciones que ellos forman. Las verdaderas ventajas competitivas sostenibles en el tiempo se construyen basadas en educación: buena educación, mucha educación, educación permanente y siempre más y mejor educación.
Desde la mitad del siglo XX, con los inicios de los que hoy conocemos como la tercera revolución industrial, con la aparición de la robótica, la electrónica, la informática y las telecomunicaciones, el cuadro mágico como lo llama Benjamín Coriat, la educación superior tuvo entre sí un creciente fenómeno relacionado directamente con uno de sus fines: la formación de la competitividad.
Hoy día no sólo se ha convertido en una necesidad tomar en cuenta la naturaleza de este fenómeno, sino que dado los períodos cada vez más cortos en que se están produciendo los cambios en la esfera del trabajo, por los resultados que el desarrollo científico y la evolución tecnológica que esto conlleva, la educación superior tiene un desafío enorme, sobre todo por los modos tradicionales y conservadores como se lleva a cabo.
Nadie nació aprendido dice un refrán popular. Durante la historia de los pueblos han existido diferentes ventajas competitivas a través del tiempo. Hace siglos que la principal fuente de competitividad fue la posesión de las tierras y otros recursos naturales, luego fue la mano de obra barata y más tarde fueron las máquinas y el dinero. En este siglo XXI la educación se ha convertido en la principal ventaja competitiva de las naciones. El capital humano está desplazando al capital físico y al capital financiero como verdadero generador de riqueza en el futuro.
Hay quienes piensan que la educación es cara, pero la ignorancia es todavía más cara. El denominador común de todas las sociedades que han logrado avanzar comienza con sistemas educativos orientados al desarrollo humano. Sólo hay que ver a Japón para comprender este concepto.
Japón es un país muy pequeño, no hay petróleo, hierro, plata azúcar, café, cacao Lo único que hay son montañas, terremotos .y una población altamente preparada. La riqueza y la ventaja competitiva de Japón radica en su población.
El escenario al cual tienen que inscribirse quienes egresan de las Instituciones de Educación Superior, es altamente flexible y rápidamente cambiante, si estamos atentos al impacto que los nuevos saberes y las diversas interpretaciones que los saberes ya existentes provocan en las problemáticas locales y regionales. Se trata del valor cada vez mayor del conocimiento en la sociedad contemporánea. No es que anteriormente el conocimiento no haya tenido valor; sino que son las características que hoy está asumiendo, las condiciones en las que se está produciendo y, sobre todo, la rica relación en la que esto se lleva a cabo transformando el sentido del tiempo, del espacio y el involucramiento de mayores actores en su circulación y producción.
* [1] Raúl García Tlapaya es Director General del Instituto Tecnológico Superior de Libres y candidato a Doctor en Educación Permanente por el Centro Internacional de Prospectiva y Altos Estudios (CIPAE),