EL AVARO
Por: Elda Ruíz Flores*
¡Qué tal! en esta ocasión viajaremos hasta Francia para conocer a Jean-Baptiste Poquelin (1622-1673) mejor conocido como Moliere, tercera gran figura del teatro clásico francés que dominó el género cómico de su tiempo y sobresalió a la vez como actor y escritor.
Nuestra historia comienza con el viejo Harpagon, cuyo defecto da título a la obra, EL AVARO, quien tiene dos hijos: Cleante y Elisa. Sin embargo, aunque este viejo aborrecido vivía miserablemente tenía a su servicio cinco criados: Santiago, quien era una especie de cocinero y cochero, Claudia, que era una criada de no muy mal ver; Perote, criado, Maroto, criado también y una especie de mayordomo, y Valerio la que hacía de todo. La viuda ruin y miserable afectaba a todos por parejo.
Pronto se aclara que Valerio, el criado que había sabido captarse la simpatía del avaro dándole siempre por su lado y tratando de servirle casi adivinándole el pensamiento, no es en realidad criado, si no un elegante mancebo de excelente familia que había tenido que recurrir a ese disfraz para poder hablar sin dificultad con Elisa, la hija de Harpagon, que era su novia. Por su parte Cleante, el hijo del avaro, tenía por novia a una muchacha de vecindad llamada Mariana. Pero Cleante vivía con el temor de que a la hora que su padre se enterara de su noviazgo no lo iba a permitir por tratarse de una muchacha de muy modesta condición.
Cleante va a hablar con su padre, pero lo encuentra hablando solo. Menciona una cajita de oro con diez mil escudos que tiene escondida en el jardín. Al ver a Cleante, le pregunta si ha oído lo que estaba diciendo. Cleante lo niega y de todas maneras se lleva una dura reprimenda porque su padre le reprocha su forma de vestir. Le dice que anda como si fuera duque y que para vestirse así hace falta mucho dinero, lo cual lo lleva a la idea de que su propio hijo lo roba.
Sin embargo cambia sorpresivamente la conversación y por primera vez en mucho tiempo adquiere una actitud amable, endulza la voz y le pregunta a su hijo qué opinión tiene de Mariana. Cleante sorprendido, enlaza la belleza y las cualidades morales de la joven y por un momento se imagina que su padre ya esta enterado de su noviazgo y que lo aprueba. Pero ante el terrible desconcierto de Cleante, satisfecho de ver que su hijo encuentra bien a aquella joven, Harpagon le anuncia que él, su padre, ha determinado pedirla en matrimonio. Cleante, que no logra reponerse de la impresión sale corriendo de la habitación. Una vez que sale entra Elisa a la que informa que ha pensado casar a su hijo con una viuda acaudalada y que, a la propia Elisa, la va a casar con don Anselmo, viejo, calvo y chaparrito, a quien Harpagon pondera por rico y prudente. En realidad lo que a Harpagon le interesa es que don Anselmo está dispuesto a casarse con Elisa sin reclamar la dote que tenía que otorgarse cuando uno de los hijos de un hombre como él se casaba. Elisa pone el grito en el cielo y le dice a su padre que no se casará con ese viejillo por nada del mundo; pero Harpagon le dice a gritos que sí se casará con don Anselmo en el curso de esa misma noche. Padre e hija se gritan y los dos se sostienen en su dicho. En eso entra Valerio y el viejo Harpagon hacerlo juez de la discusión. Elisa acepta gustosa, Harpagon pregunta entonces a Valerio su opinión sobre la boda de Elisa y don Anselmo. Valerio responde con un discurso sarcástico ponderando la generosidad de don Anselmo que está dispuesto a casarse con una hija sin dote y dice también que hay padres que prefieren atender más a la felicidad de sus hijos que al dinero, pero que no es posible dejar escapar una oportunidad de un hombre tan generoso que acepta casarse sin dote. Al salir Harpagon Elisa le reclama a Valerio por que le habló a su padre en esos términos. Valerio le dice que no es conveniente enfrentarse al Harpagon sino buscar la forma de evitar la boda. Al regresar el avaro cree oír que Valerio le aconseja a Elisa que se case con don Valerio y delega en él la autoridad paternal. Por su parte Cleante, valido de un criado apodado “la flecha” trata de conseguir un préstamo de quince mil francos de un tal Maese Jacobo, para casarse con Mariana inmediatamente. Pero “la flecha” le enumera entonces las condiciones leoninas que el usurero impone para hacer el préstamo y Cleante se inunda de desesperación. Se lamenta que los padres de hijos avaros tengan que recurrir a otros avaros para resolver sus problemas. Poco después se entera de que quien proporciona el dinero al usurero es su propio padre y no desaprovecha la oportunidad para aventárselo a la cara haciendo de paso un acre invectiva contra los ricachones despiadados y malvados que se hartan sin importarles el hambre de los demás.
Al abandonar la casa, “la flecha” se encuentra con su amiga Frosina, vieja que se dedica a vergonzosos corre ve y diles. Frosina está contratada por Harpagon para convencer a la medre de Mariana a fin de que obligue a su hija a casarse con él. Le refiere las conveniencias que dicho matrimonio acarrearía tanto a Mariana como a su madre. Frosina que es una verdadera celestina emboba al viejo Harpagon con sus zalamerías, y el azaramiento cae entre sus redes, pero no hasta el punto de soltar el dinero que la rufiana le pide.
Entonces ésta se desata en insultos contra él. Por otra parte Cleante se ve precisado a robarle la cajita con dinero que su padre guarda en el jardín. Este hecho da pie para que el cocinero Santiago, que odiaba a Valerio, lo acuse de robo. Harpagon hace llamar a un cribado para que levante un acta. Influido por Santiago, Harpagon acusa a Valerio. Éste rechaza la acusación, incluso se identifica, pero Harpagon no se lo cree. Se presenta Cleante y ofrece restituir la caja por el dinero si Harpagon renuncia al propósito de casarse con Mariana y admite que sea él quien se case con ella. En medio de esta discusión llega don Anselmo. Permanece en un rincón escuchando las conversaciones y al final que tanto Valerio como Mariana son sus hijos.
Don Anselmo dice que él se salvó de un naufragio, pero que no volvió a tener noticias ni de su mujer ni de sus hijos hasta ahora que los ha oído hablar y reconoce que son ellos. Feliz de haber encontrado a su prole, don Anselmo convence al viejo Harpagon para que consienta que sus hijos se casen con los de él, comprometiéndose además a pagar él las dotes correspondientes, accede el avaro, encantado de haber recobrado su cajita y feliz de que las bodas no van a costarle ni un céntimo.
*Elda Ruíz Flores (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.) es licenciada en Periodismo y Comunicación Colectiva, y Coordinadora de Difusión Cultural en la Universidad Pedagógica Nacional U 211 Puebla; colabora en los programas de radio: Sexo Sentido e InteligenciaSexual.com
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