SUEÑO PROFUNDO
Por: Alejandro Tamariz Campos*
El sabor de la boca es metálico, como si las palabras anteriores que no me atreví a decirte se hubieran oxidado en el umbral de mi garganta, o quizás sea el alcohol, o la profunda emoción que se desbordó de pronto; lo que sea que haya sido, se había fermentado en mi, y precisamente el sabor de la descomposición era el más evidente.
El dolor del cuerpo físico es poco a comparación del resto de los cuerpos, es como si sintiera el dolor inmenso de un ejército sobreviviente a la batalla, a veces pienso que no sobreviví a la lucha y no es realidad mi vida, como el engaño que sufren los fantasmas apegados a la vida que no quieren abandonar, o como el necio que no acepta el estado de facto en el que se encuentra.
Y precisamente ahora, pienso en el recuento de los hechos, como recogiendo los espacios de consciencia que me encuentro en el viaje, o como si desandara mis pasos en el trozo de brecha que abrí a fuerza de coraje, por la pura necesidad de avanzar.
Es en esta recapitulación, en la que te recuerdo, o a la mejor te invento con esa habilidad que uno tiene de reconstruir la realidad a como uno le parece mejor, o tal vez sea la necesidad de recrear imágenes, como si fueran un archivo inmejorable para gravar el paso en esta vida, para que pasen de lo temporal a lo que nunca muere, para hacerte inmortal mujer innombrable, para llevarte conmigo en mi viaje, para que no perezcas, para que por siempre vivas, para aunar estas dos vidas en lo que nunca muere, cosa que no puede ser en el fragmento de este movimiento universal en que coincidimos.
Por esta razón, inconsciente lo más seguro, es que trataba de grabar tu rostro, y trataba de ir más allá de lo aparente, de lo que realmente eres, de lo que se manifestaba en lo ilógico de nuestras vidas, de ese atrevimiento nuestro de romper con las reglas, de la valentía tuya, del atrevimiento de dejarte amar y ser amada, del desafío a la vida, para traspasar la muerte, de darlo todo sin esperar nada a cambio, ¿acto de amor?, ¿locura?, del sacrificio por el otro, del dolor.
Y por más cercanos tus ojos, y por más tangible tu cuerpo, y por inexplicable la felicidad de tenerte en ese espacio de tiempo que quería que fuera eterno, que no hubiera, como no lo hubo, interrupción de ese momento mágico, de ese dolor que doliendo alivia, del innombrable poder de conjugar el verbo en silencio, de ser y estar en todo el universo, y en ningún lugar, en la enorme contradicción que de tanto alejarse se armoniza.
Ahora me entra la duda de si todo esto existió, de que por hermoso pude haberlo inventado, como se inducen los sueños con los deseos más fuertes, o como cuando la realidad parece más ficción, por lo enormemente ilógico de las causas aparentes que dieron origen a los hechos.
En este momento recuerdo también aquella noche, donde la muerte parecía decidida a aparecerse en el sendero de mi vida, que no me explicaba como permanecía vivo a pesar de todo, y a lo mejor, es por esto que he inventado toda esta historia, porque morí aquella vez, y no me atreví a abandonar esta vida, y como fantasma corro en mis recuerdos mas marcados, en mis compromisos más fundamentales, en lo que debí resolver pero no me atreví.
Es ahora como lo comprendo todo, como regresa a mi la consciencia de mi existencia, porque entiendo que siempre he estado muerto, al no entender el propósito de esta vida sin vida, porque toda la realidad aparente es una ilusión, es una mentira la vida así de fría, es engañoso el argumento de la materia, y solo cuando se trascienden los convencionalismos, cuando se vuelve viva la vida como ocurrió aquella noche, o aquellas noches, cuando las sombras de abril nos cobijaron con su cálido perfume, es cuando en un parpadeo se atreve uno a vivir, es cuando se realiza el milagro de la vida en su esencia, cuando lo improbable manifiesta la realidad de las cosas, cuando la verdad nos hace libres en los cuerpos cansados del amor, en una muerte lenta y silenciosa.
Precisamente de esta libertad quisiera hablarte, no importa que no me entiendas, en el estruendoso rigor del silencio, de la soledad, de la contemplación del verbo primigenio dando movimiento a todo, de lo que no te logras explicar pero que sientes, que vives, que ha quedado instalado en el viaje, el de regreso a casa, del profundo amor que por ti se derrama, del poder que siento por sentir lo que siento, del poder haber tenido la oportunidad de darme cuenta de la vida, y de la muerte, y de la oportunidad que tengo para rectificar mi destino, y poder vivir despierto, y no como ahora, como si fuera una muerte que aparenta vivir, o un estado sin vigilia, un sueño profundo.
* Alejandro Tamariz Campos (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.) egresado de la Facultad de Derecho de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, combina la pasión por la pintura y las letras con el ejercicio profesional.