VIENTO TERCERO: VIENTO QUE CANTA LA PRIMAVERA POSPUESTA.
Por: Alejandro Tamariz Campos*
Ya casi es un año de que ya no te veo como te veía antes, es ya casi un año que no te veo, porque desde febrero del año pasado ya no te veo como me gustaba verte, quien sabe a que hora se acabó el amor, ha de haber sido el no haber querido, la indolencia, ha de haber sido el guardarse las fichas del juego para el último, y cuando tuvimos que tirarlas no las apostamos, y se nos quedaron todas esas esperanzas sin sumarse al juego del amor, acumuladas, como el dinero del avaro por el temor a la pobreza, otra vez el miedo.
Y es así, como el tiempo parece que se detiene nuevamente, es decir, el tiempo del amor, de la esperanza, de esa locura que le pone la sal a la vida, del sabor metálico de la sangre en la boca, y del sonido escandaloso del corazón como tambor de guerra, eterno dolor manando muerte.
Y otra vez la impaciencia, la angustia de la espera, como esa lejana nostalgia de aquello que nunca hemos vivido, como esperando a que toque a la puerta el destino, esa sorpresa de la vida que da un giro, del incierto, de la fuerza que gira la tranquilidad en drama, y el drama en comedia, y tus ojos tristes en la obra más bella y más acabada, en ese gesto indiferente de tu rostro que acababa mi argumento con un chasquido onomatopéyico de tus labios y tu lengua.
Pero desde esa lejanía, desde la profunda soledad que invaden mis oídos por la falta de tu voz, de esa misma que cortó la esperanza como el filo de un machete blandiendo la hierba húmeda, segando las flores de las malas hierbas, y que dijo que no más, que nunca más florecería esa locura, esa grosería de intentar la utopía, y la primavera se detuvo, dejó de tener voluntad para asomarse a mi tierra.
En semejantes condiciones, sólo es el recuerdo de las jacarandas lo que quedan de las flores, como simplemente un dato histórico de una historia que nunca se reinventó, y menos siquiera aproximadamente se dibujó el final feliz del cuento.
Por el contrario, la tragedia fue la constante, otra vez no se pudo burlar a la muerte, y las semillas se quedaron enterradas en el campo yerto, guardadas en el silencio del tiempo, en la larga espera de esa lluvia prístina que genera la vida, la vida renovada, la vida que se ha regenerado de sus cenizas, la semilla que se ha muerto para que nazca otra planta igual, otro nuevo soplo de vida.
Mientras, la oscuridad y el silencio, con sólo el recuerdo de esos ojos tristes y dulces a quien seguir, por quien dar la vida, por quien querer, por lo que da gusto estar vivo.
Las combinaciones de calor y humedad se combinan y recombinan en el lado más oscuro de mi corazón, como en la oscuridad de la tierra, con el frío de la muerte que cobija de nieve blanca pintando este sepulcro, en el lugar más desolado y lúgubre, en esta aparente tristeza, se conserva reconcentrado un calor apenas perceptible, como una brasa en el rescoldo de la ceniza que antes ardió de la leña de esas ramas de jacarandas, esperando, esperando en silencio ese grito.
Y pronto, tendrá otro pretexto para existir y para empujar su sepultura de la mano de ese Dios desconocido, y aparecerá en el huerto, en otra historia y en otro espacio, y podrá elegir otra vez; quien sabe si triunfe o si fracase, pero de seguro habrá otro tierno capullo del que se enamore, y comprenderá que mujer son todos los nombres, y será movido por esas tempestades que siempre han estado, y será reconfortado por ese poco de miel destilado de las flores que siempre es el mismo, sólo cambiando de ropajes.
Y será otra vez ese paso firme dejando huella en el canto del viento, de ese misterioso testigo que lleva la vida en la misma forma que la ha llevado al hombre siempre desde el principio de los tiempos, y será otra historia más de este drama, y será material para esta comedia, y será una novela o un cuento.
Quizá sea este frío, quizá sea tu ausencia, quizá sólo sea en esta noche tranquila la primavera pospuesta.
¿Para qué sirve decirlo?
¿Para qué recordar?
El poema se pierde en el sabor del café,
el humo del cigarrillo y el ruido
de automóviles y mañanas
en la calle de mi casa.
¿Para que de nuevo escucharlo?
(Ahora, ¿quién escucha?)
Silencio también es la palabra
en el oído quieto de los años
Oído es también la memoria
que recorre cada hora las calles,
centavo de la mañana que rueda
en oficinas, en diarios, en la riqueza ajena,
en la oferta de recuerdos, angustia,
risa, sueños, que llamamos empleado.
Palabra es también este instante que nos mira
y llamamos recuerdo, llamamos rencor.
CARLOS MONTEMAYOR: POESIA 1977-1994
EDITORIAL ALDUS MEXICO. P. 14
* Alejandro Tamariz Campos (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.) egresado de la Facultad de Derecho de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, combina la pasión por la pintura y las letras con el ejercicio profesional.