10 de enero del 2022
“–Y sin respuesta alguna–”
Y mientras camino, habito encarnando el desapego
desde el inhóspito exilio de mi propio karma.
¡La confusión se anega sabiendo que de mis palabras florecen
circunstancias y simientes favorables a los otros!
Y desde la perspectiva del amargo y cruel desasosiego
me interrogó: ¿por qué los otros viven sobre alfombra
mientras me corresponde cohabitarme siempre
en la abundante escasez que me desplaza?
Nadando entre la bruma de una existencial angustia
sollozo a gritos sobre mi enmohecido desconsuelo:
mi prioridad no es atarme a la materia sino desanclarme a ella.
Mi prioridad es abonar las circunstancias para que, indeleble,
florezca entre los hombres el frágil y sutil corazón de la Unidad,
más allá de obsoletas barreras sin sentido en que nos tortura
el ego, al ahogarse entre la oxidada mazmorra de la vanidad
y la frívola individualidad que, hiperbólica,
denigra, para siempre, la misma esencia.
Comprendo que, eternamente, he transitado
este camino abonando, entre migajas, la amarga ilusión
de germinar semillas sobre el canto mismo del silencio,
para que, en la unidad, todos juntos logremos comprender
que la esencia de todo mal se disuelve sabiendo
que el otro es una extensión de nosotros mismos,
y que el ritual más elevado es vivir lo cotidiano
haciendo, de lo más frívolo y común, un acto sagrado
sabiendo que, entre ambos pedestales, solo media
un símbolo por gran distancia…
Lo divino es hacer de lo profano lo sagrado
para así ejercitar la alquimia de la adversidad
enraizando la virtud como el camino mismo
a que la vida indefectiblemente nos conduce,
pues el mal es tan sólo un filtro para hacer de un nosotros
la personificación misma de la divinidad, pues al final,
gracias a la oscuridad, la luz del amanecer avanza
dando pasos para despertar, con amor, los ecos de la vida.
¿Qué es la riqueza si la vida misma se vence
sin poder detener su mísera apariencia?
La vida es tan sólo una ilusión que,
a sí misma, se desgaja
intentando dar sentido a la sinrazón de un aforismo.