20 de agosto de 2021
i
A Matilde Bianchi
Te contemplo Matilde con mi cráneo repleto de versos
y el corazón popular de este suelo que pisas
aunque te vuelvas a ir, aunque siempre te vayas.
Un momento en la tierra no tiene residencia fija.
Acaso finjan los cuerpos una dimensión original
pero tu espacio de violetas y perdón
deja estos astros cotidianos, asibles, sin olvido.
Los dioses se equivocan y los verdugos.
Los tornasoles y esta espuma
a cada golpe se rehacen y retoman su cinta.
Ellos cavan una fosa en la memoria de los puentes,
en la conciencia de la boca;
pero nosotros, seres con vida de pinos y médanos,
con vida de amores y muertos, con veredas y alcancías,
cada lunes, en cada mano
lloramos, gritamos.
La vida te contiene en sus racimos
ahora cuando la calma y sus penumbras
batallan los pechos.
Montevideo espera tu nombre en cada sol.
Yo no sé ya si vuelvo exactamente, si estoy aquí, si es verdad
que llueve cuando escribes tu casa y tus semillas.
Por lo pronto, en el momento de los límites,
hay razones de amor aguardando
y está tu voz que enamora el paso de fatiga
y hace fuego la cruz.
xii
A Juan José Quintans
Los poetas arman la vida dejando espacios en blanco;
ritman el alma de los huecos;
oxidan los flancos abiertos;
clasifican con sus códigos y castigo
las impresiones bilabiales del verso y el beso;
fecundan por generaciones los antagonismos y las vísceras;
amalgaman sin pertinencia la sangre y la química;
supeditan la ilusión del pan;
editan manifiestos;
retuercen en hileras el devenir y el retorno;
descubren la lluvia de lo absurdo y lo basto;
transgreden la conducta del cielo;
y calman sin tiempo la norma herida.
Naturalmente poetizan, contubernian,
erotizan y necesariamente encierran su academia;
blasfeman, ríen o mueren silentes.
Con todo, perviven los ídolos y los catedráticos
en el infierno, en el limbo o en sus propias caderas.
A pesar de todo, de cualquier manera,
el agua corre, yo quiero, María lee.
Al fin:
la vida no tiene estilo;
la libertad no tiene nombres.
xiii
Esta noche lloro
porque lastiman las venas.
Un pájaro cruza con una flor en el viento
y yo sé, Flaco, que no se escuchará
más tu voz.
Una letanía tanguera
despide el alma
y una mujer aguarda.
Es decir, no siempre la noche
es una nube de tumbas.
Los amigos han crecido
y sus ramas llegan al corazón.
Sin embargo, el tiempo se los lleva o los acerca.
Un vaivén de puñal pone a prueba
esta suerte de péndulo:
a veces lamentamos la lejanía por lejana;
a veces, la lejanía por cercana.
Esta noche lloro,
es verdad.
Un llanto no de pena ni de lástima.
Un llanto sin nombre como
cuando oí tu voz no sé si por primera o última vez.
No hay palabras impronunciables
ni leyes finales.
Los hijos crean las estrellas,
cada hueco tiene su latido
y aún lo absurdo merece su destino.
Son los rostros de la cara:
escarbar el segundo porque todavía rinde su tiempo;
aceptar las manos y recoger el agua que nos refleja y nos ahoga,
porque, al fin y al cabo,
no hay condena para la sangre
aunque la condena sea posible.
Los rostros de la cara. Ediciones del caballo perdido, Montevideo, 2002