El zumo del dolor (Artículo)
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10 de julio de 2022

 

El mundo iluminado


Es en favor de la vida y no de la muerte por lo que los creyentes rezan. En el mismo sentido se pronuncian también los escépticos; es decir, sin importar el sustento de nuestras creencias, solemos manifestarnos a favor de la vida, del desarrollo individual y del cultivo del ser. Y esto se dice aquí porque lo contrario nos resultaría extraño, incluso maligno, pues nadie (¿o sí?) expresaría un deseo de muerte hacia el otro. En otras palabras, sería poco habitual que un creyente rezara para que su semejante perdiera la vida o que un escéptico estuviera a favor de la muerte de quien estima. No faltará, indudablemente, quien desee que el mal le ocurra a aquellos que viven del sufrimiento ajeno, pero lo que resulta inconcebible es que alguien, incluso nosotros, anhele el fin de la vida para quienes estima. ¿O es que acaso alguien puede desear que aquellos a quienes amamos se mueran?

El amor y el dolor son los polos inalterables de la vida humana. La sociedad generalmente busca vivir para el primero al tiempo que huye del segundo, sin embargo, nuestra sociedad no sabe amar, por lo que no importa cuántos sean sus esfuerzos por evitar el dolor, pues siempre terminará cayendo en él. Al amor lo acompaña la alegría, mientras que la pareja del dolor es el sufrimiento. Amor y dolor son constantes, mientras que alegría y sufrimiento son temporales. Amor y dolor son genuinos mientras que alegría y sufrimiento son ilusorios. Nuestra sociedad busca al amor, pero sólo se queda en alegrías temporales, las cuales terminan ahogándola en un océano de sufrimiento. Nuestras alegrías son vanas y nuestros sufrimientos, constantes. ¿Cuál es el error que cometemos? No reconocer la necesidad del dolor.

El dolor es concebido por la sociedad como un enemigo, de ahí que se hagan sendos esfuerzos por evitarlo, sin embargo, el dolor, más que ser inconveniente, es un bastón necesario para recorrer el camino de la virtud y esto es porque el dolor, a diferencia de la alegría, otorga la enseñanza que se desprende de la experiencia. La felicidad pasajera a la que estamos acostumbrados no es más que una venda que si bien nos divierte, nos impide ver la escalera de sufrimientos hacia la que nos encaminamos. El dolor aclara la vista; la alegría, enceguece.

Lo anterior está en relación con la pregunta ya lanzada: ¿Es posible anhelar la muerte de quienes amamos? Preguntémonos también: ¿Evitarle a alguien una experiencia dolorosa puede ser entendido como un acto de amor? ¿No será que el amor consiste en guiar al otro hacia el dolor al tiempo que se le aclara la diferencia con el sufrimiento? ¿Si el dolor y la muerte son inevitables por qué no mejor enseñar a comprenderlos en lugar de intentar evitarlos? La última pregunta es relevante porque hoy casi nadie tiene la disposición de atravesar por experiencias dolorosas, aún cuando son éstas las que nos fortalecen, enseñan y perfeccionan. Por el contrario, se fomenta la idea de que es posible vivir sin agravios, la cual no es más que un veneno que favorece el papel de víctima que tantos hoy asumen creyendo que así eluden responsabilidades.

La posibilidad de anhelar la muerte del otro a fin de evitarle el dolor está manifestada en un poema llamado “Azrael”, cuyo autor es Rafael Cabrera Camacho; leamos: «Azrael, ángel negro y taciturno de ojos letales; dios de las tinieblas sin término, y del sueño que no acaba jamás, y del olvido irreparable. ¡Arropa en la tiniebla de tus alas a la elegida de mi amor! ¡Estrújala contra tu seno estéril! ¡Que no viva más que sus sueños cándidos!… ¡Estrújala! ¡Que al partir se lleve, con su visión ingenua de este mundo, impoluto su amor! ¡Sé clemente, Azrael! ¡Posa tus labios exangües, en sus labios que murmuran sólo mansas palabras, que parecen revuelo de palomas!… ¡Que no viva! ¡Estrújala en tus brazos ángel negro antes que pruebe el zumo emponzoñado del dolor!… ¡Que no viva, que no viva! ¡Oh dios del sueño que no acaba nunca!, ¡oh padre del silencio y del olvido!»

Rafael Cabrera fue un poeta nacido en Puebla, México, en la transición del siglo XIX al XX. Quedó huérfano a edad temprana y pasó a manos de sus padrinos, quienes le otorgaron una educación de primer nivel que le permitió viajar por el mundo como enviado oficial del gobierno mexicano. Cabrera es, antes que un modernista, un poeta del romanticismo cuya obra está conservada en un sólo libro intitulado “Presagios” y que es una miscelánea temática que va del amor a la patria al amor por las mujeres y de la visión existencialista del mundo a la concepción hermética de su esencia. Sobre esto último, tomemos a manera de ejemplo la traducción al español que hizo de una obra del ocultista René Guenón.

Regresemos al poema. Azrael es el ángel de la muerte y, lejos de lo que parece, es un ángel de la entera confianza de Dios cuya función es tomar las almas de las personas y acompañarlas en su tránsito al Paraíso o al infierno. El poeta le pide a Azrael, ángel negro y taciturno, que tome la vida de su amada para que no viva y en la muerte mantenga su mirada ingenua del mundo. El poeta clama por la muerte de ella debido a que la ama, o al menos eso es lo que en el poema nos dice. Él le pide al ángel de la muerte que con sus alas la estruje a ella a fin de salvarla de la amargura de la vida, la cual llega luego de beber el jugo amargo del dolor. La pureza, en este poema, se conserva mediante el sueño eterno, el silencio y el olvido.

Es innegable que nadie desea ver en quien ama la presencia del dolor, pero ¿en dónde radica el amor: en la manifestación del dolor o en su negación? Seguramente coincidiremos en que amar al otro es estar a favor de su desarrollo, de su crecimiento mediante el conocimiento de sí, lo cual no puede ocurrir en el estado de alegría, pues ésta implica la vivencia de la ilusión. Amar es permitir el dolor en el otro al tiempo que lo ayudamos a sortear el sufrimiento y si Azrael habrá de manifestarse no será para estrujarnos en favor de un egoísmo ajeno, sino para convidarnos de la copa de la libertad, aquella cuyo contenido no es más que el zumo del dolor.

 

Miguel Ángel Martínez Barradas, académicamente tiene estudios de posgrado en literatura. Profesionalmente se ha dedicado al periodismo, a la edición de textos y a la docencia. Como creador tiene publicaciones en poesía y fotografía. En cuanto a sus intereses investigativos, éstos se centran en la literatura y filosofía grecolatinas; el Siglo de Oro español; el hermetismo; y la poesía hispanoamericana.