31 de marzo de 2022
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Hay varios factores que es indispensable visibilizar, para luchar más por nuestros sueños durante la transpandemia.
Tras el periodo de confinamiento, los jóvenes, parecen haber perdido todo interés por cumplir sus sueños. En realidad, parecen haber perdido los sueños mismos. Una juventud desmotivada traerá consigo un efecto negativo en el futuro de nuestra sociedad.
He trabajado con jóvenes desde mucho antes de la pandemia y desde entonces ya habíamos observado una notoria desmotivación dentro de las universidades. Cabe mencionar que esta actitud terminaba, en muchos casos, en la deserción escolar.
Por ello, analizábamos diferentes estrategias para despertar el interés de la juventud a fin de inyectar el ánimo en los salones en cada jornada escolar, hasta que de pronto, una epidemia azotó al mundo entero. Ahora, tras dos años de confinamiento, los jóvenes volvieron a los salones con un expreso desánimo y una apatía inaudita, por mucho superior a la que presentaban previo a la pandemia.
Hoy, en las universidades, se respira un ambiente de incertidumbre a causa de la falta de clarificación de objetivos y propósitos de vida en los estudiantes.
Este desasosiego está relacionado, en parte, con el dolor que han transitado muchas familias ante las pérdidas por el bicho, tan repentinas e inesperadas, así como la afectación emocional y psicológica que esto implica. La pérdida de empleos que ha reducido en gran medida los ingresos en los núcleos familiares, el distanciamiento social y todo lo que, sabemos, ha sido un parteaguas en la humanidad.
Pero, es la fortaleza de espíritu, la resiliencia de cada individuo y sobre todo, el propósito de vida, lo que nos permite levantarnos de una dura caída. El asunto es que estos rasgos de carácter, estaban ausentes en muchos adolescentes y jóvenes, y por consecuencia no han encontrado una razón contundente que les motive a volver a levantar el vuelo.
Docentes y directivos no podemos quedarnos de brazos cruzados, debemos comprometernos con el desarrollo humano a través del conocimiento; reunamos hasta el más mínimo indicio de interés en los estudiantes. Los educadores también hemos tenido que afrontar diferentes adversidades, pero hemos encontrado en el camino del saber nuestro propósito de vida, éste está relacionado con la formación profesional de los jóvenes en nuestro país.
Estoy convencido de que nuestra mejor herramienta es y será el ejemplo. Se le enseña al estudiante que la vida entera, cada día y cada experiencia, es aprendizaje. Seamos los primeros, pues, en buscar el saber de manera permanente, siendo reflexivos, analíticos y curiosos. Y mostrándonos generosos al ofrecernos en cuerpo y alma a la educación.
También como adultos hay que plantearnos nuevos y más altos objetivos cada vez, esforzándonos para llegar a ellos con entusiasmo y determinación, al estar en permanente| aprendizaje y llenos de ánimo podremos contagiar de manera indirecta a los jóvenes que nos rodean y que, aunque no lo parezca, nos observan con atención.
Yo me miro frente al espejo, a mis setenta y ocho años, y me pregunto qué quiero ser de grande, y es que no hay mayor alimento para el alma que los sueños y el deseo de superación. Estar en el camino para conseguir los objetivos que me he planteado, me mantiene lleno de vida y me despierta ese deseo infantil de lograr todos mis ideales por imposibles que parezcan.
Quiero escuchar de la boca de los jóvenes promulgar grandes anhelos, como seguramente lo hacían en su infancia. Si le preguntamos a un niño, qué desea ser de grande, nos sorprenderá ver que no puede conformarse con una sola meta, tiene tanta sed de vivir que sueña con ser el dueño de una pastelería, artista, gimnasta y hasta presidente. No hay límites para ellos.
Por esa condición natural en la infancia, de creer que pueden lograrlo todo, llegan a la adolescencia con un costal repleto de ideales, pero la transición de esa edad, que suele ser tan caótica, parece arrebatarles las ganas de salir al mundo a conquistar sus metas.
Casi podríamos justificar en los chicos que se encuentran entre los 12 y los 19 años, la falta de interés, pues sabemos que la apatía es una de las más evidentes características a esa edad, pero tampoco tendríamos que conformarnos con decir: “es normal, está en la adolescencia, se le va a pasar”, porque parece que no siempre se les pasa, entran a la universidad y en muchos casos, no recuperan la capacidad de soñar, abandonando la búsqueda del propósito de vida.
Hay sistemas escolares que ofrecen al estudiante de secundaria, todo un abanico de talleres y clases complementarias para que descubra nuevas habilidades que les puedan sembrar el entusiasmo, dando buenos resultados, desde deporte hasta ingenierías, han logrado que algunos adolescentes desarrollen un sentido de pertenencia con aquellos que comparten los mismos intereses y han tomado el camino gozoso del aprendizaje. Aunque sean pocos los adolescentes que tienen claro sus objetivos, es esperanzador saber que los hay.
Quisiera entrar a la mente de cada estudiante y mostrarles la importancia de no perder el ánimo y los sueños, quisiera devolverles el deseo de superación.
Me duele la automatización estudiantil, el hacer por deber y no por gusto. Me duele que los salones estén llenos de conformismo, del mínimo esfuerzo, de jóvenes sin planes ni proyectos, porque sabemos en qué termina eso. La banca de aquel alumno que no se entusiasma con el conocimiento mañana será una banca más que se vacía.
No podemos abandonar la tarea, sobre todo ahora, cuando la pandemia ha cobrado vidas, relaciones, familias, empleos… No podemos permitir que se lleve también el futuro de los jóvenes. La transpandemia es un campo de batalla por todo ello.