Las fotografía del cantante pertenecen a su perfil de facebook y la de Luis Manuel Pimentel, fue tomada por Jorge Gamboa
Puebla, México, 1 de junio, 2021
Por Luis Manuel Pimentel
A mis hermanas
“Señoras y señoras, aquí no hay que hablar nada, atención La Super Tarde en todo el país,
en concierto, en vivo, Fernaaaaaando Villalona”
Presentador de la TV
Estaba buscando después de un largo tiempo, saber sobre la vida de Omega El Fuerte. Le perdí la pista en aquellos momentos cuando lo metieron preso. Mi amigo El Enano y Mariale nos regalaron a mi esposa y a mí un CD de Omega el Fuerte, por el 2014. Lo poníamos en el carro y explorábamos la sensación de aquel género que iba cambiando nuestro paradigma merenguero, pues estábamos descubriendo lo que ellos mismo denominaron Mambo Violento. De Omega, hasta hace poco supe qué fue lo que pasó. Por curiosidad lo busqué por facebook watch y salió una entrevista que le hicieron. La presentadora le preguntó quién era su merenguero favorito, y Omega sin dudarlo, respondió con cierto orgullo: Fernandito Villalona.
El hecho de que a Omega El Fuerte le gustara, lo asumí como un signo que nos seguía uniendo, y, sobre todo, lo que significaba recordar las fiesta con Fernandito Villalona. Hoy a mis 42 y Fernandito con 66 años. Los cierto es que Omega El Fuerte abrió un portal.
Resulta que Fernandito Villalona, siendo de esos merengueros que parecen eternos, amenizó casi todas las fiestas a las que iba. Las que mis hermanas mayores hacían en el apartamento para celebrar su adolescencia y un poco más; a las fiestas que las acompañaba, a las reuniones improvisadas, a los almuerzos en casa de amigos, pues Villalona en los 80, era un semidios salido de la espuma del mar, agua que venía revuelta con la sabrosura de un merengue que siempre hemos sabido gozar los latinoamericanos, y con un Te amo demasiado en la punta de la lengua.
Fotografía extraída de: pinterest.cl
No quiero hacer una biografía de Fernandito, porque no es el caso, lo que hago es tratar de conectar vida y canciones como si se tratara de construir desde lo afectivo un mandala, y cada parte, es un baile que tiene conexión con el pasado, eso sí, no tan remoto. Como cuando se prendía la radio y se escuchaba La lluvia, y así no estuviera lloviendo, todos sabíamos que el agua no iba a parar la fiesta. En esos años 80, 90, Fernandito construía su fama. Aparecía en cualquier escenario y las mujeres gritaban como si fuera un capitán con estrellas de oro en los hombros, que acababa de llegar con El Carnaval por dentro, en un barco desde el mar caribe. Y la algarabía se multiplicaba en los países con sus pasos, con el canto, con un bolero que soltaba de vez en cuando para apaciguar tanto sacudón del cuerpo. Sus presentaciones en Venezuela, mi país natal, donde lo vi varias veces en el programa de televisión Sábado Sensacional, de aquel entonces cuando lo presentaba Gilberto Correa, surgían hechizos fantásticos con el Méseme Juanita en tu hamaquita y despertaba de un salto, para volver con Tabaco y Ron a un lugar que estaba dormido en mí. Como lo que hace poco publicó, aquel día que se presentó con la modelo argentina Yuyito, una tarde sensacional. Aquello se convirtió en un encuentro donde la sex symbol levitaba como diosa, mientras Fernandito le cantaba al oído El gusto.
Desde que vivo en México, hace 4 años, últimamente me ha dado nostalgia por mi país, que trato de llenarla con la música, y el Mayimbe siendo Dominicano está entre mis profundos afectos venezolanos, aunque no sea de allá, me resulta un agente activador de recuerdos. Estas son cosas de la interculturalidad musical y el sabroseo de encontrar en el ritmo, esa unión que tanta falta nos hace, para volver con la memoria a mi familia bailando en la sala del apartamento mientras coreábamos Amaneciendo. Creo que Fernandito no es solo lo que es, sino que cuando estaba siendo él en su juventud no sabía la dimensión que tendría, ni lo que producía mientras le hablaba a las cámaras y seducía a los televidentes, surcando la tierra para sembrar en el pueblo mío.
Me di cuenta del movimiento de su corazón, aunque yo no sea cardiólogo, cuando dijo en un breve video unas palabras de felicitación, recordando a su mamá; una señora bajita, tostada por el sol, de cabellos canosos. Se refirió a ella con la proeza de que tuvo diez hijos e invitó a todos los presentes a cantarle el cumpleaños. Al empezar las mañanitas, la madre empezó a llorar, pero más atrás Fernandito contenía su llanto. Esa imagen de la madre como un ser supremo, a quien se le debe todo lo que se es, fue lo que me pasó por la cabeza.
Cuento esa escena porque la humildad y la honestidad también es un don, a pesar del billete que pueda tener y haber gastado lo que le dio la gana en lo que quiso, intuyo que esos dones forman parte de su grandeza. Pero ya Fernandito no es tan Fernandito, está grande con los signos de un cuerpo que ha cambiado, que la velocidad de su canto y el movimiento no es igual, la madurez presente junto al tiempo como una mutación imparable, la naturaleza de su ser humano moldeada por una mano invisible, que lo ha mantenido entero, cuerdo y activo. De tanta rumba, la vida, le enseñó a buscar dentro de sí, respuestas que lo llevaron al misterio espiritual. En el fondo es un hombre del pueblo y sabe que no ha traicionado a su gente, esa gente que lo bailó y lo baila, que lo cantó y lo canta, la misma que le hace coro en una casa pobre o rica en Dominicana, en México, en Venezuela, o cualquier lugar donde haya un latinoamericano que se lo goce.
Fernandito Villalona con el gran Jhonny Ventura
Lo cierto es, que para volver a él, hay que tener el merengue metido en la sangre, e interpretar el canto del juglar mientras las frases de su poesía lo pulen a la trascendencia. Recordar cuando sonaba en el tocadiscos María Morena, Mi banana o El Sonámbulo y las parejas salían a bailar como si en aquel acto exorcizaran la soledad, entre las vueltas que se daban en los apartamentos y las casitas de la Urbanización Sucre, en Barquisimeto-Venezuela. La lluvia empezaba por dentro cuando el sudor se evaporaba y las camisas sudadas eran la recompensa a un hombre, que lejos de allí, también estaba como un todopoderoso. Y vaya que los hermanos Rosario y Jhonny Ventura también los disfruto, tengo mis recuerdos de las maravillas que han pasado con ellos, pero esa es otra historia.
Como no soy crítico de música, en esas aguas no me meto, Mayimbe. Mientras tanto, prefiero tejer recuerdos, muy fragmentarios y con una lógica medio torpe, que mejor la dejo hilvanar con esa sensación que me genera escuchar las canciones Seré y Jardinera. Y las otras tantas que debe tener guardadas en una caja, me hace pensar en el gran secreto.
Esta lejanía de mi tierra me genera cierta saudade y busco en la intimidad de mi ser una salida al laberinto de la migración. Yo que vivo fuera y que hoy he conseguido en Fernandito, un vínculo, pese a la aparente distancia identitaria, entre ese tiempo donde el canto y el baile representa a Venezuela y los mundos de metáforas populares en el merengue como un sentido en sí mismo: la celebración, el enamoramiento, las parejas dispuestas al baile, una cerveza y la ropa nueva para la fiesta. El Mayimbe es un espacio dinámico entre culturas, trato de reconstruir aquello que quedó suspendido, en este escrito que voy aterrizando.
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