EL CIUDADANO HA MUERTO (LE SOBREVIVEN LOS PROFESIONALES)
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martinez garcilazo.jpgEL CIUDADANO HA MUERTO (LE SOBREVIVEN LOS PROFESIONALES)

Roberto Martínez Garcilazo*

(24 agosto 2009)

Me parece pertinente que la diputada Rocío García Olmedo haya citado a Cicerón - durante la ceremonia luctuosa del sexagésimo primer aniversario de la muerte de  Carmen Serdán. Sin embrago, en beneficio de la comprensión cabal del romano, por parte de los hipotéticos lectores, aporto la siguiente versión del aforismo referido por la legisladora: "La política debe ser disputa entre ciudadanos observantes de la ley; no reyerta entre individuos sin honor"

 

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Y esto va porque la anomia, la ausencia de reglas y/o la promoción de su falta de observancia, nos aleja de la república y nos lleva a la selva. Esta es la coyuntura en la que hoy los espectadores (que no ciudadanos porque como se columbra “el ciudadano” sólo es una categoría ficcional y no una entidad histórica actuante)  estamos frente a las escenas tópicas del teatro universal del poder.

Pero también ante la ausencia de propuestas programáticas y de proyectos de gestión pública en beneficio de la población. ¿Alguien ha dicho algo sobre el ingreso corriente, el rezago educativo, las condiciones de acceso a la salud y la calidad de la vivienda del pueblo? No. En esta disputa sólo vemos el enfrentamiento de individuos que buscan una nueva y superior posición de poder político. Y, complementariamente, sólo leemos la crónica frívola de sus actos pergeñada por aquiescentes redactores que ponderan –inventan- virtudes, tasan indumentarias, interpretan gestos, encomian costumbres alimentarias y sobre-interpretan declaraciones  y  circunstancias. Improvisados biógrafos -de palabras sastres- de perecederos poderosos son los que obsecuentes garabatean, que no significan, en los días de la patria.  Han elegido a sus héroes.

Lector que me sigues. ¿Y si el ciudadano (el hombre que en libertad participa y con juicio elige) no existe, habría entonces que crearlo? Tal vez.  A no ser que nunca haya existido.  O que haya irremediablemente muerto. Si, seguramente, esta es la sentencia a escribir con letras de arena en las encrucijadas de las ciudades: El ciudadano ha muerto (le sobreviven los profesionales).

Y en consecuencia, el pueblo, es decir, la suma de ciudadanos en ejercicio de sus atribuciones de discernimiento y elección política, tampoco existe. En triste cambio, somos muchedumbre anónima, precaria y maleable por los peritos.  

La capacidad o facultad electoral ha sido expropiada a los llamados ciudadanos comunes (no existen y es irrelevante saber si existieron alguna vez o han muerto) por esos profesionales de la política que son los funcionarios, los líderes partidistas, los empresarios, los clérigos, los mercadólogos  y los periodistas.

Signo de extenuación de la salud de la convivencia social son la vulgaridad de las públicas expresiones verbales y escritas. Sin embargo, la explicación de la naturaleza de esta coyuntura es simple: estamos frente al teatro de la política de intereses personales  y muy lejos de la gestión de la política social de convicciones y principios. Pero esto, benévolo lector, aun cuando significa la bancarrota de la moralidad pública, no es algo nuevo bajo el sol.

*Roberto Martínez Garcilazo es poeta y escritor poblano, director de Literatura, Ediciones y Bibliotecas de la Secretaría de Cultura de Puebla. 

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