El transporte urbano: monumento a la irracionalidad
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05 de agosto 2017

El problema del transporte urbano de pasajeros no es uno que se pueda resolver, plantear o siquiera describir adecuadamente desde una mentalidad burocrática, sea la individual de un jefe o colectiva de toda una oficina o departamento, pues se gesta y desarrolla a partir de elementos y situaciones que no se consideran dentro de una perspectiva puramente administrativa, que asume al sistema como completo y confiablemente funcional e incluso autorregenerativo.

Pero al contrario, sus fallas ocurren sobre la marcha y en tiempo real, muy lejos del papeleo característico de las oficinas, como por ejemplo los embotellamientos –tapones viales-, en los que nadie a bordo de un vehículo y menos un agente vial, quisiera encontrarse… pero sucede. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo resolverlo?

Como con tantos otros problemas crónicos de la cotidianidad, su solución se deja al ingenio espontáneo de los involucrados, en este caso los conductores que, sin ninguna coordinación previa entre ellos, tendrán que hallarla por prueba y error, con resultados imprevisibles, mientras el problema ya trasladó recursivamente a nodos adyacentes de la red vial.

En estos casos y sin necesidad de recurrir a la Ciencia básica, esto es, el repertorio de teorías matemáticas desarrolladas dentro de la Operations Research –de Gráficas, Colas, Juegos, etc.-, sino a sus aplicaciones como Programas –algoritmos- comerciales ya en uso, podrían encontrarse itinerarios para , literalmente, “salir del atolladero”, a condición de que la red tenga un diseño lógico que permita, además de evaluar las posibilidades existentes, crear otras mediante modificaciones controladas. (Hace 20 años, con la llegada a la Presidencia municipal local de un ingeniero que, además, llevaba un negocio de computadoras, imaginé que lo menos que haría sería construir un modelo virtual de la vialidad citadina para, a partir de éste, optimizarla, pero no: se comportó como cualquier otro burócrata (revolucionario) institucional.)

Pero hay una parte fundamental del problema que nunca ha sido considerada por la burocracia “responsable” (¿?) del transporte: la (mala) calidad del viaje mismo, determinada por las características físicas de los vehículos y muy concretamente sus MEDIDAS, comenzando por la altura del estribo, usualmente demasiada sobre el nivel de la calle y hasta de la banqueta, junto a la azarosa disposición de los asideros, aspectos donde evidentemente no se tomó en cuenta la Física más elemental.

Ya dentro son comunes asientos para dos personas con capacidad real de adulto y tercio, mientras que la distancia entre el borde de un asiento y el respaldo del delantero, sólo excepcionalmente permite extender las piernas, resultando también obvio que se ignoró la Antropometría. Mientras que el pasillo no cuenta con la anchura suficiente como para permitir un paso desahogado, además de que los pasamanos no están alineados con él, forzando a los pasajeros a desmesuradas torsiones e incluso haciéndolos perder el equilibrio, al no considerar tampoco la Ergonomía.

Tampoco existe nada parecido a un mínimo sistema de acondicionamiento de aire, con sus efectos sobre la ventilación y temperatura, sobre todo en días calurosos. Y lo mismo con el excesivo volumen del radio o reproductor de sonido, siendo perfectamente posible colocarle un dispositivo automático que lo limite a niveles higiénicos.

Algo absolutamente necesario, pero que ningún “genio” del Departamento de Ingeniería de Tránsito se las ha ingeniado en diseñar, es un sistema de señalización externa que indique inconfundible la Ruta y que sea visible a buena distancia incluso en la oscuridad. Además de que existe ya la tecnología –desde hace unos 20 años- que permitiría a los usuarios saber en todo momento en dónde se encuentran. Resumiendo, hace falta una revolución técnica que transforme el servicio en passenger friendly.

Todo esto conduce a la necesidad para la Dirección de Tránsito de montar de una vez por todas un LABORATORIO DE PRUEBAS donde se optimicen dichas características para establecerlas como normas técnicas obligatorias, además de que contaría ya con un simulador adecuado para examinar aspirantes a conductores.

Esto o seguir apilando paleolíticamente capas de IRRACIONALIDAD a un sistema vital para el funcionamiento y progreso –cívico incluido- de la Ciudad, pues no es la corrupción lo que ha impedido hacerlo, sino la INEPTITUD científico-técnica lo que ha generado aquélla

 Autor: Fernando Acosta Reyes (@ferstarey) es fundador de la Sociedad Investigadora de lo Extraño (SIDLE), músico profesional y estudioso de los comportamientos sociales.

Imagen: ruizhealytimes.com