Declinación. Poema de Ricardo Montes de Oca
Minuto a Minuto

 

 

 
21 de marzo 2021

El árbol de la vida está

cada vez más sin hojas,

cada vez más escuálido.

En las noches de lluvia

cuando las nubes sueltan

sus líquidas cortinas,

cuando el goteo es uniforme,

el árbol se pregunta

si eso será por siempre,

o vendrá alguna tregua

iluminada por el sol.

 

Qué puede ser responderse,

si desde el estallido

del hongo gigantesco,

los procesos vitales

quedaron contra la pared.

Sobre ellos deciden

autómatas que portan

antiparras oscuras;

en la ropa, entorchados,

y en el cerebro llevan

como obsesión, delirio

y locura malsana:

el hueso cráneo

con las cuencas vacías

y las tibias, que adornan

como remate, esa escultura,

antítesis de vida.

 

Por contraparte, en el silencio

que enmarcan los sonidos

suaves y pertinaces,

el ramaje del árbol se convierte

en conductor de savia

que abonará los humus

quietos y resignados.

 

Las gotas se deslizan

con su talante melancólico

por sobre el terciopelo de las hojas;

van por el enramado,

se escurren por el tronco,

que todavía resiste

 y se aferra, furiosa

con sus enormes dedos

a la tierra, la madre,

la que ya grita: ¡sálvenme!

 

Entre el rumor del cortinaje

que brilla fugazmente

a la luz mortecina

de algún relámpago furtivo,

va, por entre la hierba,

por sobre los doseles,

y peinando la grama,

el soplo palpitante

que anima al habitante

del prado y de los bosques.

Es el deseo desesperado

de aspirar, succionar,

beber, introducir por cada poro

el hálito de vida, para el cual,

por el cual, todos están presentes:

el árbol y la hierba,

la grama y la corola,

el espino y la hoja,

la semilla y el polen.

 

Prestos están, sin condiciones,

a confluir en comunión

con la intención

de dar soporte a lo que ha sido,

y es, la razón

de estar haciendo guardia

por siglos y milenios

bajo el cielo estrellado,

bajo el cielo nublado,

bajo el cielo alumbrado

por el que da

a esos habitantes,

la luz

para que luego se convierta

en el verdor

con el que adornan

los prados y llanuras,

las crestas de los montes,

las extensiones de la tundra,

las latitudes tropicales.

 

Prestos están, pero no pueden

resistir, sin dolererse,

la podredumbre que permea

el manto en que se hunden,

desesperados y frenéticos,

los dedos de los que hacen

posible la frescura,

y el color de los prados.

 

Hay voces, hay lamentos,

hay intención de auxilio.

Pero los que se asumen

señores de la tierra,

decidores de la palabra decisiva,

se regodean en sus babeles:

torres inteligentes

que reciclan el aire,

disipan los olores,

transforman los calores

en clima, tan sedante

que crea la sensación

de habitar en un útero gigante.

 

Esos señores, fabricaron

Un mundo a la medida

De sus deseos y fantasías.

Por eso, no perciben

el rumor moribundo

de golondrinas y canarios,

del oso y del castor,

de los leopardos imponentes,

de los hieráticos rinocerontes;

de los solemnes elefantes,

los gregarios bisontes.

 

No los escuchan, no los oyen.

Ya se verán, cuando las flores

de sus jardines elegantes,

marchitas, decaídas,

sin emitir ningún lamento

digan: se terminó.

Si el árbol de la vida ya declina,

no habrá más.

 

 

Ricardo Montes de Oca, The italian coffee,Puebla Pue, 25-5-07