12 de septiembre de 2016
Todos los dÃas llegaba al trabajo media hora antes para tomar un café mientras escrbÃa mi diario. La hora era perfecta porque minguna secretaria me interrumpÃa para saludarme y el silencio siempre me ha sido fundamental para esos menesteres.
Guardaba la libreta en el primer cajón y, para no cargar las 150 hojas empastadas todos los dÃas, la dejaba. Sdemás, asà estaba a la mano para cuando me asaltaba alguna impresión digna de anotarse.
Asà pues, llegó el viernes y salà ansiosa de la libertad que ofrece el Centro Histórico a las seis de la tarde.
Al llegar a mi casa me precaté de que el diario se habÃa quedado en el cajón y las dudas me atenazaron una a una haciéndome pensar en las más funestas posibilidades.
Ya habÃa escuchado que se hbaÃa desaparecido un Ipad y un Iphone. Todos decÃan que lo mejor era no dejar cosas de valor. ¿Quién se fijarÃa en una libreta negra con hojas de bambú?, me preguntaba para calmarme. Entonces me imaginaba panoramas atroces entre los que destacaban la desaparición del diario y los sobornos, o el diario con las páginas más comprometedoras arrancadas... o incluso el romántico cuadro del señor que pasa cuatro veces al dÃa a recoger la basura y que preferÃa dejar el diario en el mismo lugar para seguir leyéndome todas las tardes después de la hora de sañida.
El lunes llegué con la duda en la graganta. Unos hombres estaban cambiando los vidrios y tuve que esperar porque habÃan movido mi escritorio. No pude hacer otra cosa que esperar. Media hora después me acerqué y corroboré que todo estaba en su lugae.
Desúés de ese dÃa cargo siempre el diario. El nuevo es de cien hojas; me encargué de que esta vez pesara menos. Ahora va y viene. No importa. Prefiero cargar que volver a dudar.
Imagen: pinterest.com
Lourdez Meraz, DEMAC Puebla.