En las olas del mar (Artículo)
Minuto a Minuto

29 de abril de 2023

El mundo iluminado

¿De dónde vienen nuestras angustias? ¿A qué se deben nuestras preocupaciones? ¿Por qué cuando estamos en paz, una nueva tormenta nos sorprende? La insatisfacción es el sentimiento, con seguridad, más generalizado entre nosotros y es que pocas son las personas que podrían afirmar, sin temor a errar, que se sienten satisfechas con su vida. Todos buscamos la felicidad, la perseguimos incesantemente, pero no la hallamos porque no sabemos qué forma tiene, de qué color es, a qué huele ni cómo es su rostro. Todos buscamos la felicidad, pero ¿cómo podríamos encontrar aquello que no sabemos cómo es? La felicidad, dicen unos, es el dinero; la felicidad, dicen otros, es el poder; la felicidad, opinan unos cuantos, son las cosas de las que nos rodeamos, incluidas las personas. Nadie sabe cómo ni qué es la felicidad, pero al menos la mayoría coincide en que ésta debe buscarse allá afuera, en el mundo, y quizás por ello es que nunca la encuentran.

La diferencia entre estar satisfecho con la vida propia y estar conforme es que quien se siente satisfecho ya no desea nada, pues ha renunciado a todo y no busca modificar su condición, mientras que el que está conforme, si bien tampoco desea nada, es sólo temporalmente, pues sabe que por ahora no cuenta con los medios que le permitan obtener aquello en lo que tiene puesta su mirada. El que está conforme, a diferencia del satisfecho, ignora lo que es la felicidad y por ello es que busca modificar su condición actual mediante la obtención de bienes externos, en este sentido, mientras que el satisfecho vive hacia adentro, hacia su interioridad, el conforme vive hacia afuera y por ello es que siente insatisfacción y, por ende, sufre.

El sufrimiento es la consecuencia del deseo, y el deseo no es más que insatisfacción por aquello que no se tiene, por lo que alguien insatisfecho es alguien que desea, y alguien que desea irremediablemente sufrirá debido a que el deseo es imposible de saciar. El deseo siempre quiere más y aunque nos pueda parecer que hay de deseos a deseos, lo cierto es que tanto los pequeños como los grandes conllevan al sufrimiento, por ejemplo: los que hoy en día consumen cigarrillos en demasía es porque en algún momento desearon una bocanada; los que beben alcohol cuantiosamente es porque un día desearon probar una gota del mismo; los que son perezosos es porque un día desearon dormir “cinco minutos más” o dejar el trabajo para “más tarde”; los que son incapaces de renunciar al poder es porque alguna vez desearon no ser de los de abajo, a costa de lo que sea.

El deseo viene acompañado del placer, el cual al principio eleva y al final desploma. Deseo y placer son una pareja tan letal, como engañosa, pareja que la sociedad anhela debido a que la creencia popular ha hecho suponer a la colectividad que la satisfacción del deseo debe de buscarse en todo momento, y si bien es cierto que el deseo puede ser un motor o impulso para adquirir

ciertos bienes, la evidencia y experiencia han demostrado que la persecución del placer es el principal motivo por el que la razón se nubla, impidiendo que actuemos con prudencia. La búsqueda del placer, a fin de saciar al deseo, ha orillado a nuestra sociedad a pensar (mejor dicho, a suponer porque hoy casi no se piensa) que la satisfacción y la felicidad pueden encontrarse allá afuera, en las cosas, en el dinero, en las personas, cuando no es así. El poeta Amado Nervo lo explica claramente en su poema “Renunciación”; leamos:

«Oh Siddhartha Gautama, tú tenías razón: las angustias nos vienen del deseo; el edén consiste en no anhelar, en la renunciación completa, irrevocable, de toda posesión: quien no desea nada, donde quiera está bien. El deseo es un vaso de infinita amargura, un pulpo de tentáculos insaciables, que al par que se cortan, renacen para nuestra tortura. El deseo es el padre del esplín, de la hartura, ¡y hay en él más perfidias que en las olas del mar! Quien bebe como el Cínico el agua con la mano, quien de volver la espalda al dinero es capaz, quien ama sobre todas las cosas al Arcano, ¡ese es el victorioso, el fuerte, el soberano, y no hay paz comparable con su perenne paz!»

Amado Nervo fue un poeta que tuvo diferentes facetas y que si bien sus primeros intentos poéticos fueron superficiales, los últimos, que son los más grandes, se encaminaron hacia los senderos metafísicos. Todos vemos la vida gris y monótona hasta que un evento nos quiebra por dentro, en el caso de Nervo fue la muerte de su esposa lo que lo orilló a la experiencia de un terrible, pero liberador, sufrimiento. Su poema es directo, sin rodeos, inicia con la invocación del Buda y posteriormente destaca las virtudes del desapego, de la vida estoica, del desprendimiento, el cual conduce a la satisfacción, máximo bien que entre nosotros es casi ausente, pues la satisfacción implica la conquista de la sabiduría, la cual en esta sociedad tan entregada a las bajas pasiones, a lo convencional, a lo superfluo, representa una nimiedad.

Si pudiéramos contar las olas del mar, ¿cuántas serían? Los números no nos alcanzarían, pues éstas son móviles y cambiantes, sin embargo, las olas están limitadas al cuerpo acuoso del que, con cada beso de aire, nacen. Por otro lado, el deseo, que también es móvil y cambiante, no depende del aire, y tampoco tiene un cuerpo definido, sino que es producto de la imaginación ardiente e insatisfecha de cada uno de nosotros, que somos más que las olas del mar, pues nuestra imaginación desconoce fronteras y por ello es que nunca se acalla. El edén, dice Nervo, consiste en no desear, ¿y qué es el edén?, es el paraíso, la satisfacción, mientras que el estado de condena es el que deviene de la conformidad, de la espera pasiva que sueña con el deseo y con el implacable placer que lo acompaña. Desear y desear es lo único que nuestra sociedad hace y por ello es que se siente insatisfecha, pues busca la felicidad en donde no se halla, es decir, en las formas externas. ¿Sentimos angustia y preocupación? La culpa no es del otro, sino propia, pues nos confiamos al deseo sabiendo que en él hay más sufrimiento que en las olas del mar.

Miguel Ángel Martínez Barradas, académicamente tiene estudios de posgrado en literatura. Profesionalmente se ha dedicado al periodismo, a la edición de textos y a la docencia. Como creador tiene publicaciones en poesía y fotografía. En cuanto a sus intereses investigativos, éstos se centran en la literatura y filosofía grecolatinas; el Siglo de Oro español; el hermetismo; y la poesía hispanoamericana.