Una lección no aprendida (Artículo)
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13 de octubre de 2021

El mundo iluminado

Aunque no lo parezca, debido a las conglomeraciones urbanas, la marca de nuestro tiempo es la soledad, pero no aquella que es elegida y que nos podría conducir a la plenitud, como sería el caso de algunos individuos que se entregaron a la vida retirada, sino, por el contrario, la de la soledad que nos cae de la misma manera que una maldición y que nos recluye en un sentimiento perenne de vacuidad. En la antigüedad las personas consideraban que nacían y morían en nombre de alguna divinidad, hoy nosotros llegamos y nos marchamos no ya abandonados, sino solos.

La soledad auténtica, es decir, aquella que elegimos y que podemos abandonar cuando lo consideremos necesario, es necesaria para que nos esforcemos en el conocimiento de quiénes somos, pero, además, para que tengamos la claridad de darle un sentido a la existencia que nos fue dada sin consultar nuestra opinión. Por otro lado, la soledad vacía a la que estamos expuestos todo el tiempo, lejos de permitirnos adentrarnos en nosotros mismos con fines constructivos, nos sumerge en una interioridad que lentamente nos transforma en individuos egoístas; de esta soledad malsana tenemos el deber de huir, al tiempo que debemos de buscar la primera soledad.

Mantenerse en un estado de consciencia permanente, además de difícil, es una práctica que pocos procuran llevar a cabo, de ahí que seamos ciegos ante lo que ocurre cotidianamente y frente a nuestros ojos. Por lo regular, los individuos de esta sociedad contemporánea, sólo ven lo que muestra su propio reflejo y niegan aquello que difiere con su visión del mundo. Nuestra sociedad desciende sin cesar en la espiral del culto al yo, y mientras más abajo está, más egoístas son sus actos; veamos, por ejemplo, cómo es la publicidad que todos los días consumimos: personas viendo películas, personas comiendo alimentos a domicilio, personas rentando automóviles para transportarse, personas escuchando música, personas jugando con sus mascotas, pero siempre, todas ellas, son personas en soledad.

Podríamos considerar como una enfermedad de nuestro tiempo la imposibilidad de relacionarnos con el otro. Hoy casi nadie se quiere comprometer a nada que implique ir más allá de los propios límites y renunciar a algunos de los hábitos propios, y esto, de alguna manera, dibuja un contrasentido en nuestro horizonte social, pues ¿cómo es posible que alcancemos las condiciones de respeto y de igualdad por las que todos los días se levanta la voz cuando, en términos individuales, el grueso de la población se opone a salir del culto al yo?, es decir, en lo público se ‘lucha’ por el otro, pero en lo individual lo cierto es que se le desprecia, cada quien es feliz en su burbuja, en sus espejismos, en un espejismo que al desaparecer acentúa la soledad.

Con respecto a la crisis solitaria en que nos hallamos y que nos impide mantener relaciones sanas, amorosas o no, con el otro, el filósofo Zygmunt Bauman, en su ensayo “Amor líquido”, señala: «Vamos de una relación a otra y al mismo tiempo nos desesperamos por sentirnos fácilmente descartables y abandonados. Las personas desconfían todo el tiempo del ‘estar relacionadas’, y particularmente de estar relacionados ‘para siempre’, porque temen que ese estado pueda convertirse en una carga. Nuestras relaciones son de bolsillo porque las sacamos en momentos de necesidad y una vez satisfechos las sepultamos nuevamente. Los habitantes de nuestro moderno mundo líquido están preocupados por una cosa mientras hablan de otra, se quieren relacionar al mismo tiempo que rechazan los compromisos, ¿no están más bien preocupados por impedir que sus relaciones se cristalicen? Hoy, el éxito de las relaciones virtuales esta en que en cualquier momento podemos desaparecerlas con el botón ‘borrar’».

Lo que Bauman señala, en resumidas cuentas, es que el ‘amor’ de nuestro tiempo es contradictorio, pues al mismo tiempo que los individuos buscan relacionarse, niegan toda posibilidad de unión porque esto atentaría con su libertad de vincularse con alguien más (querer estar con todos es lo mismo que no estar con nadie), sin embargo, lo cierto es que más que relacionarse, las personas buscan satisfacerse a sí mismas, pues el culto al yo ha permeado negativamente en las relaciones sociales y si el otro tiene posibilidades de existir, es sólo como objeto, no como ser. Cuántas veces no hemos escuchado a alguna persona decir que está decepcionada del amor, sin embargo, preguntémonos: ¿realmente esa persona experimentó el amor?, ¿nosotros conocemos al amor?, ¿no será que nuestras relaciones fracasan porque anteponen siempre el interés individual y niegan el interpersonal?

El amor líquido, como lo llama Bauman, es una consecuencia de la sociedad líquida, ¿y cuál es esa sociedad?, la nuestra. Bauman le da el nombre de amor líquido debido a que todo lo que conocemos, más pronto que tarde pierde su forma, se nos escurre de las manos y desaparece. En la sociedad actual, loca por el culto al yo, se huye del amor porque al relacionarse con una persona uno piensa que está atado y que las posibilidades de amar verdaderamente a alguien más se pierden, sin embargo, esto no es más que un absurdo, pues, citando a Bauman: «Cuando la calidad no nos da sostén, tendemos a buscar remedio en la cantidad, pero la facilidad que ofrecen el descompromiso y la ruptura a voluntad no reducen los riesgos, sino que tan sólo los distribuyen, junto con las angustias que generan, de manera diferente».

Algunos han considerado que la filosofía no es más que un aprender a morir, pero lo cierto es que nadie puede aprender a morir, en este sentido, el otro conocimiento imposible de obtener plenamente es el de amar. Desde la infancia nos instruimos en los colegios en diferentes disciplinas y ciencias, nos intelectualizamos e insensibilizamos. La educación de nuestras escuelas y hogares es la del culto al yo. ¿Queremos salir de la espiral de la soledad?, no queda más que entregarnos al único conocimiento trascendental: el amor, una lección no aprendida.

Miguel Ángel Martínez Barradas, académicamente tiene estudios de posgrado en literatura. Profesionalmente se ha dedicado al periodismo, a la edición de textos y a la docencia. Como creador tiene publicaciones en poesía y fotografía. En cuanto a sus intereses investigativos, éstos se centran en la literatura y filosofía grecolatinas; el Siglo de Oro español; el hermetismo; y la poesía hispanoamericana.