25 de noviembre de 2016
Ya desde la escuela primaria, encontraba frustrante tener que cambiar de materia cuando más imbuido estaba en otra, sobre todo si la “advenediza” me resultaba insípida, aburrida o francamente antipática. Un factor nunca considerado por los “genios” reformadores de los contenidos y programas escolares que, aunado al esquema publicitario comercial omnipresente en todos los aspectos de la moderna vida diaria, condiciona la incapacidad crónica de atender y perseverar -en cualquier cosa- de la mayoría de la población, no sólo estudiantil.
El propósito de tan arbitraria distribución del tiempo –supongo- fue, en su momento, formar empleados mediocres, sin iniciativa ni mayores aspiraciones –laborales y de otra índole-, justo como los necesitaba el régimen de administración total –y “poca Política”, como seguramente habría añadido Don Porfirio- de los Imperios industriales y mercantiles de entonces.
Aun así, era una buena educación, cosmopolita y actualizada, ideal para el desarrollo del Comercio mundial, pero que divergía de intereses más profundos y fundamentales, como hacer Ciencia, Filosofía o, incluso, crear nueva Tecnología. Era la época del Positivismo, cuando lo esencial –se creía- ya estaba hecho o era sabido. (Hace años encontré una auténtica rareza bibliográfica: el Programa de Estudios para las Escuelas Normales del Estado de Puebla de… ¡1896! Es sorprendente lo que debían saber y dominar quienes se propusieran “educar é instruir á la niñez y á la juventud ” (sic). Por eso los míticos profesores que recordaban nuestros abuelos y mencionaban nuestros padres.)
Todavía a mediados de los ’60, conocimos algunos oddballs formados por aquellos maestros: individuos solitarios e incomprendidos, frecuentemente tomados por locos, que cultivaban aquello que les apasionaba, pero privadamente, pues nunca llegaron a agruparse en COLEGIOS, así fuera invisibles, en cuyo seno pudieran discutir sus hallazgos e inquietudes con otros colegas capaces de comprenderlos.
En algunos países, al final de esa misma década, hubo destellos de esta ciencia oculta en las CONTRAUNIVERSIDADES surgidas al calor de los Movimientos estudiantiles, que se extinguieron al amainar éstos, dando lugar al conformismo intelectual que perdura hasta nuestros días.
Pero con el advenimiento de la radio hablada dos décadas después, una nueva generación de sabios mostrencos, autodidactas o no, encontró un canal de comunicación entre sí y con el público a través de programas que, sin dejar de ser su objetivo el entretenimiento apuntaban, sin embargo, a un auditorio más sofisticado.
Fue así como volvieron a circular entre la población temas tenidos por tabú en la Academia tradicional, aunque siempre vigentes –evergreen - en la sociedad contemporánea real, al margen de Instituciones y corporaciones empeñadas en normarla para su beneficio.
Esto resultó en el desplazamiento del centro gravitacional del saber superior –higher knowledgement -, de las Universidades a los momentos o rendijas de los medios comerciales, que brindaban a la gente común la oportunidad de trascender las banalidades de la cultura de masas y adentrarse en temas individual y socialmente más trascendentes.
Ahora, con los recursos de Internet –sitios, blogs, redes sociales-, los medievales COLEGIOS INVISIBLES, que los sabios constituían clandestinamente para burlar la vigilancia de los esbirros del Rey o la Iglesia-Estado de su país o región, están evolucionando a verdaderas UNIVERSIDADES VIRTUALES a las que pueden acceder los amantes del CONOCIMIENTO SIN LÍMITES : sólo hay que buscarlas o, en su caso, CREARLAS. ¿Por qué no?
Imagen: tuttidentro.files.wordpress.com
Fernando Acosta Reyes (@ferstarey - es fundador de la Sociedad Investigadora de lo Extraño, SIDLE), músico profesional y estudioso de los comportamientos sociales.