EL PROCESO EDUCATIVO
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EL PROCESO EDUCATIVO

Por: Rafael Fiscal Flores*

  En la columna de la semana pasada, inicié diciendo que el aula es ese espacio olvidado que nos va moldeando como profesores y en donde pasamos la mayor parte de nuestra vida como docentes, y concluí afirmando que las tareas de la profesión de enseñar se van haciendo y descubriendo en ese espacio físico llamado salón de clases o aula.

 Como se recordará las preguntas núcleo de mi intervención tienen que ver don flancos; por un lado la acción educativa vista desde la perspectiva de la reflexión sobre mi práctica docente y, por otro, desde la óptica del método. Después de haber redactado la conclusión de la semana pasada, me hacía algunas preguntas que trataré de reproducir y de ser posible contestar en esta segunda columna.

 ¿A que fines servimos como profesores? Una respuesta apresurada sería “formamos a los ciudadanos del mañana”. Pero mucho me temo que no es así de fácil, porque eso me lleva a preguntarme ¿cuál es ese tipo de ciudadano que estamos formando?, ¿cuáles deben ser las características de ese prototipo de hombre? No será acaso, que como afirma Fullat (1997:56) “La educación es trágica y los educadores pueden experimentar en sus biografías la tragedia, dado que su destino no radica exclusivamente en tener que legitimar al poder con la doxa, sino también en descubrirse simultáneamente hechizados por el grito de la alétheia, de la verdad y de la bondad [...]”. Este encuentro del profesor con la legitimación de la “verdad” que no es otra cosa que dar por hecho que los “acuerdos” entre algunos, se convierta en una verdad que pone de acuerdo al mandato y a la obediencia, esto es, la manera de ver de algunos se convierte en un conocimiento aparente de la realidad que no ofrece certezas, que gracias a una técnica triunfa y convence. De ser así, la paideia tiene como función la “producción” de ciudadanos con niveles de ignorancia insultantes, pero peor aún resulta que tales ciudadanos ignoren cuales son sus metas. Después de todo siempre resultará más provechoso y fácil para algunos practicar el poder frente a ciudadanos ignorantes. Sin embargo no todo está perdido, el profesor ocupa una posición privilegiada, que le otorga el hecho de ser uno de los agentes transformadores y activos del proceso educativo, donde si se quiere se puede practicar una educación que no esté al servicio de la ignorancia histórica. Como quiera que sea más adelante intentaré abordar este tema de forma más amplia.

 

 Retomando el proceso de reflexión de mi práctica docente, hoy trataré el tema del proceso educativo. La razón de hacerlo así tiene que ver con el hecho, de que en la medida que comprenda el proceso educativo podré estar en condiciones de comprender más a fondo las tareas que implica ser profesor.

 

 Cualquier proceso educativo necesariamente esta vinculado con una noción de educación que sustente y dé cuenta de dicho proceso. Las nociones sobre educación pueden, y de hecho son, diversas a lo largo de los tiempos, atendiendo a ciertos contextos socioculturales. En cualquiera de las sociedades contemporáneas han existido educadores, instituciones educativas y teorías pedagógicas; es decir, encontramos una acción educativa planeada conscientemente intencional y sistemática por la cual el hombre se educa. Como quiera que sea, Fullat (2000:115) lo sintetiza al afirmar que “Educamos para encarnar en las sociedades históricas un concreto modelo de hombre...”, y continúa explicando que “Siempre se educa tomando como modelo al hombre de tal sociedad, o de tal clase, o de tal ideología, o de tal raza” (Fullat, 2000:116).

 

 
 Vista la acción educativa como una acción planeada conscientemente intencional y sistemática, implica en palabras de (Fullat, 2000:116) interpretar la educación desde los referentes del sistema educativo que la organiza y promueve, del producto que se obtiene gracias a la acción educativa y del proceso que pone en situación de intercambio y de influencias recíprocas a dos o más personas. Sarramona (1989) afirma que la actividad educativa intencional y sistemática produce como efecto un desarrollo perfectivo en el sujeto. De la afirmación anterior se desprende el concepto de perfeccionamiento, que caracteriza al proceso que actúa sobre el sujeto que no ha llegado a un estado de perfección, pero que se dirige hacia él.

 


 
 Se entiende entonces que el desarrollo perfectivo está asociado a un proceso de transformación o desarrollo del sujeto. De acuerdo con Samanja (1993) la noción de proceso implica generalmente una serie de transformaciones que le comienzan a ocurrir al sujeto hasta que finalmente alcanza un cierto estado de desarrollo. Hablar de procesos supone, por tanto, dar cuenta de un estado inicial o preliminar del sujeto, así como de una serie de operaciones de transformación que se van dando en el sujeto de forma sucesiva, acumulativa y progresiva en el tiempo. Desde la perspectiva de la teoría general de sistemas, Van Gich (1998) entiende el concepto de proceso como un componente esencial de cualquier sistema y se le denomina ‘proceso de conversión’. Este proceso de conversión supone, por ejemplo en la educación, que el estudiante adquiere una comprensión de su medio de tal forma que le permite irse desarrollando y actuando en él.

 

 De acuerdo con las interpretaciones de Samanja y Van Gich, se puede entonces afirmar que un proceso implica, por un lado, la noción de progreso, desarrollo, o marcha de una acción transformadora; y, por otro, es reconocer la existencia de un cierto sentido de sistematización que está presente en todo proceso que le permite a su vez cierto grado de orden. Por tanto, al hablar del proceso educativo se está dando a entender las diferentes etapas que posibilitan, de una manera ordenada, el acercamiento al estado ideal de perfección del ser humano; pero, como dice Sarramona (1989:27), “siempre vinculado a una visión ideal de la concepción de hombre y de sociedad”. Dicho de otra manera, se trata de un proceso permanente e inacabado a lo largo de toda la vida por el cual se desarrollan las potencialidades del ser humano, en tanto persona individual e integrante de una comunidad, donde dicho proceso está, según el propio Sarramona (1989:39), “condicionado al contexto social, del mismo modo que la interpretación filosófica del mundo y de la vida es fruto de una cultura y un momento histórico determinado”. Por lo tanto el proceso educativo históricamente no se presenta como un hecho aislado, sino que atiende y se estudia vinculándolo con las diversas orientaciones filosóficas, religiosas, sociales, culturales y políticas que sobre él han influido.

 

Conclusión.

 

Queda claro que el proceso educativo en su conjunto es un agente transformador de las cosmovisiones del ser humano que actúa desde y para una sociedad concreta, que es un proceso que tiende a la perfección de las potencialidades del ser humano. Que el influjo al que hemos estado expuestos históricamente del orden filosófico, religioso, social, cultural y político que forman parte de la biografía de los profesores. Provoca que como agentes del proceso educativo también tengamos nuestras propias cosmovisiones sobre qué entendemos por hombre educado, por alumno, el rol del alumno, profesor y su rol, educación y sus fines, qué entendemos por evaluación, sus fines y propósitos, los agentes que participan en el proceso de evaluación, cómo concebimos el ciclo didáctico, etc. Estas cosmovisiones y otras ligadas al proceso educativo definen en primera instancia nuestras acciones y actitudes frente al proceso educativo, de las cuales los estudiantes son mudos testigos. El profesor auténtico tiene como obligación hacer una reflexión profunda sobre cuáles son los supuestos bajo los cuales él se desempeña como agente del proceso educativo. No se trata de transmitir conocimientos a través de una metodología determinada por novedosa que sea, sino que, en la medida que el profesor comprenda sus cosmovisiones relacionadas con el proceso educativo, estará en mejores condiciones de orientar y formar seres humanos útiles a sí mismos y a su contexto. De otra forma no tendría sentido hablar de profesores.

 

 

Bibliografía.

 

Fullat, O. (2000). Filosofía de la educación, Madrid: Síntesis.

 

Gadotti, Moacir. (2000). Historia de las ideas pedagógicas, México: Siglo XXI editores.

 

Samaja, J. (1993). Epistemología y metodología, Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires.

 

Sarramona, J. (1989). Fundamentos de la educación, Barcelona: Ceac.

 

 Van Gich, P. J. (1998). Teoría general de sistemas, México: Trillas.
 
* Rafael Fiscal Flores (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.) es Maestro en Educación Superior y especialista en informática. Actualmente es Coordinador de la Ingeniería en Desarrollo de Software de la Universidad Realística de México.

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